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65 aniversario del fallecimiento de D. Eugenio Merino, primer consiliario de la HOAC

05 abril 2018 | Por

65 aniversario del fallecimiento de D. Eugenio Merino, primer consiliario de la HOAC

Gaudencio Domínguez | Consiliario de la HOAC de León

Cuando el 8 de Marzo, mujeres y hombres en la ciudad ocupaban nuestras calles con el grito: «Iguales en dignidad», me vino a la memoria la pregunta que hizo un seminarista de León a D. Eugenio, primer consiliario de la HOAC.

–«Pero, usted, ¿qué va a enseñar a los obreros?».

D. Eugenio, sacerdote ilustrado, escritor e investigador, rector del seminario, espiritual, estudioso de las ciencias sociales en la Universidad de Toledo y, también, con experiencia sindical en Tierra de Campos, Valderas, respondió con la humildad y sencillez que le caracterizaba:

–«Pues, la dignidad que tienen, que son hijos de Dios».

Jesús Espeja escribe en Noticias Obreras de febrero 2018: «Solo avivando esta fe, será posible la verdadera reforma que hoy necesita la Iglesia. En sus orígenes la HOAC tuvo una inspiración mística: la dignificación de las personas habitadas y afirmadas por la presencia del Creador. Que esta inspiración se actualice; que nos ponga en crisis y nos ayude a superar la comodidad, la rutina y el cansancio».

El 8 de abril de celebraremos el 65 aniversario del fallecimiento del primer consiliario de la HOAC, que se «fue para la casa del Padre el 8 de abril de 1953». Volver sobre su final repasando sus muchos escritos, también, de lo escrito por Rovirosa (Militantes Obreros, Boletín 85) al final de su vida, puede servir para avivar la fe, hacer memoria de los orígenes y de la mística de la HOAC, la espiritualidad cristiana…

En el librito Incorporación a Jesucristo «nos dejó su última voluntad»:

A nuestro Señor Jesucristo nos gusta considerarle como Dios y hasta como aquel hombre maravilloso que nació en Belén y vivió en Nazaret, y predicó, padeció y murió en Palestina. Meditamos su doctrina. Y nos entusiasmamos. Y, en lo posible, tratamos de imitar sus divinos ejemplos. Pero nos resistirnos a considerarle como Vida nuestra. Bien que sea Camino y Verdad, por sus ejemplos y doctrina. Pero no Vida, cuando su Divinidad y toda su vida, doctrina y ejemplos fueron precisamente para comunicarnos su vida.

Estudiarle, meditarle, imitarle, es necesario, muy bien. Mas, para conocer sus misterios, su vida íntima y vivirla en nosotros, la doctrina y el ejemplo son el camino. Lo más importante ha de ser el término, que es su vida.

Don Eugenio –como quiso siempre que familiarmente le llamáramos, escribe Rovirosa–, fue seguramente el mejor regalo que Dios hizo a la HOAC.

Don Eugenio no podía imponerse por su gesto arrebatador, ni por su dinamismo, ni por su voz ardiente y fogosa; pero el que estaba en contacto con él no podía menos de amarle. Esta era su gran fuerza, y el dominio que sobre todos nosotros tenía: el amor. ¡Qué bien veíamos en él un fiel trasunto del Divino Maestro!

Esta es la «marca» que don Eugenio ha dado a la HOAC: fundamentarlo todo en el amor. Esta es la llave que abre todas las puertas y la flecha que señala todos los buenos caminos.

Don Eugenio nos ha introducido luminosamente en las maravillas del Cuerpo Místico y de la Gracia. Por eso nos es imposible sentirnos separados de él. Todo lo contrario: ahora, a través de él, nos sentimos más cerca de Dios.

Sus conceptos y sus palabras forman parte esencial del ser de la HOAC. Su fórmula de la vida cristiana, concertada en la frase lapidaria: «veinticuatro horas diarias de vida honrada, llenas de gracia santificante», está permanentemente en el corazón y en los labios de todo hoacista.

Porque vivió como vivió, estamos seguros de que su muerte ha sido sólo un traslado a más alta vida para él y para su HOAC.

¡Hasta mañana en el Altar, don Eugenio!

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