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La caridad ha de ser justa

22 enero 2018 | Por

La caridad ha de ser justa

José García Caro | Ya en el siglo XIX, se planteó una objeción a la actividad caritativa de la Iglesia, «los pobres no necesitan obras de caridad, sino justicia». Una objeción que, en la parte de verdad que tiene, admitimos mayoritariamente los cristianos y la misma Doctrina Social de la Iglesia.

Si desde fuera se nos dice, que hace falta más justicia y menos caridad, y, desde dentro, reivindicamos una caridad justa y una caridad amorosa, quiere decir que hay expresiones de la caridad que han perdido su referencia al amor de Dios y hay expresiones de la justicia que han perdido el respeto a la dignidad de las personas.

Cuando el «mercado» decide. El problema no se reduce a que haya habido personas, creyentes o no, que han confundido la caridad con la limosna, sino especialmente que la economía ha pervertido la justicia y, de camino, la cardad. Si la justicia, es «dar a cada uno lo suyo», habrá que determinar lo que corresponde como «suyo» a cada uno, sean personas o colectivos, y organizar esa distribución. Cuando esta función se confiere al «mercado», la justicia se reduce a «lo legal y promulgado por el Estado» y la caridad a «la disposición de las personas sensibles a las necesidades del prójimo».

La limosna se hace rentable. El siglo pasado, se trató de afrontar los «desajustes» del sistema, transfiriendo la «asistencia», ejercida por los «filántropos», al Estado, configurado como «Estado asistencial o benefactor» y más tarde como «Estado de bienestar». Su crisis ha radicalizado, hasta nuestros días, la comprensión de la justicia y de la caridad del liberalismo original. Lo exigible en justicia se reduce a lo convenido y legislado, y la asistencia (servicios sociales) se transfiere a la iniciativa privada. Así, la limosna es rentable, porque desgrava fiscalmente.

Justicia y caridad al servicio del hombre. Hay otra forma de abordar la caridad y la justicia: poner como factor determinante de la producción y distribución de los bienes no el mercado, sino la persona, como centro y meta de toda la actividad económica, al tiempo que se toma en consideración el proyecto de Dios para la humanidad.

Desde aquí, la Iglesia, insiste en que el amor cristiano es la forma de la justicia. El amor no se opone a la justicia, sino que la orienta, la estimula y es su matriz y su impulso. El amor (caridad), si es auténtico, lanza a la justicia más allá de sus propios límites, más allá de lo «debido», y nunca la rebaja ni la sustituye.

En consecuencia, desde la fe cristiana, lo primero es «cumplir con las exigencias de la justicia, para no dar como ayuda de caridad, lo que ya se debe por razón de justicia» (Apostolicam actuositatem, 8). Mas, el amor cristiano y la justicia no se pueden separar, porque «el amor implica una exigencia absoluta de justicia, es decir, de reconocimiento de la dignidad y de los derechos del prójimo, y la justicia, a su vez, alcanza su plenitud interior en el amor» (Sínodo de los Obispos, 1971). La justicia es inseparable de la caridad porque, «la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y de los pueblo… y la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y del perdón» (Caritas in veritate, 6).

El Dios de la justicia y del amor. Cuando la Biblia presenta a Dios como «justo», está diciendo que la justicia es la manera de ser de Dios y que no puede ser de otra manera. Pero, además, quiere afirmar que la acción de Dios se orienta a que todo camine hacia la justicia.

Se trata de un Dios presente y activo en la historia humana, que se ha manifestado en un levantamiento de esclavos buscando su libertad; que, dentro del mismo pueblo, se pone del lado de los que sufren la injusticia y la opresión; que, lleno de amor, hace justicia a los indefensos y exige a los hombres la fe en Él y la justicia para con el prójimo.

Jesús profundiza las exigencias de amor al prójimo, plenamente cumplido en la práctica de la justicia, hasta equiparar el primer y segundo mandamiento, con lo que completa la predicación de los profetas que han unido el «conocimiento de Dios» con el «amor al prójimo» en una fraternidad universal. Por eso invitará a sus discípulos a amar de corazón a todos, incluido los enemigos. De esta manera, los hombres colaboramos con Dios en la reconstrucción de la justicia original. Solamente este amor gratuito y generoso puede dar la fuerza necesaria para hacer efectiva la justicia en el mundo. Jesucristo eleva la justicia a un nuevo grado en el que la igualdad se convierte en fraternidad.

Ni caridad sin justicia, ni justicia sin caridad. La justicia «la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido», se traduce en la actitud «de reconocer al otro como persona». Por lo tanto, no es una simple «convención humana», porque «lo justo no está determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano». Por ello, hay que superar «la visión contractual de la justicia, que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, CDSI, 201-203).

Por su parte, la caridad, muchas veces limitada a las relaciones de proximidad en la actuación en favor del otro, debe ser reconsiderada en su auténtico valor de «criterio supremo y universal de toda la ética social». La convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre, cuando se funda en la verdad, se realiza según la justicia, (el efectivo respeto de los derechos y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes), se realizada en la libertad (que corresponde a la dignidad de los hombres), y es vivificada por el amor, que hace sentir como propias las necesidades y las exigencias de los demás e intensifica cada vez más la comunión en los valores espirituales y la solicitud por las necesidades materiales (CDSI 204-205).

No puede haber amor, no se puede amar, sin asumir las exigencias de la justicia. Y no puede haber justicia si no es desde el amor que busca el bien mayor del otro. Por eso, el cristiano que vive su fe en Cristo como amor al prójimo, ha de comprometerse a luchar contra las injusticias y a estar del lado de los injustamente tratados, colaborando a su liberación. Y, por ello, a esta caridad se le ha llamado «caridad política».

Resumiendo, no se puede concebir una caridad, un amor, que se precie de tal, que no asuma las exigencias de la justicia como base de su realización, ya que todo amor busca el mayor bien para la persona que ama; ni se puede concebir una justicia, que no esté motivada por el amor, porque puede reducir a las personas a una unidad de derecho, sin tener en cuenta lo que verdaderamente le hace un ser humano.

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