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Antonio Felices: la vida como ejemplo, un ejemplo para la vida

01 noviembre 2017 | Por

Antonio Felices: la vida como ejemplo, un ejemplo para la vida

HOAC Almería | Todo fue muy rápido, tal vez demasiado veloz, ocho meses marcados por la pena de la mala noticia, por la alegría de la rápida intervención quirúrgica y el buen pronóstico, dejando paso al desconcierto de la recaída y la metástasis, y finalmente: la Pascua, el paso a la casa del padre. Nos dio el tiempo justo para hacernos a la idea de su ausencia y descubrir esa otra presencia y dimensión con la que cubrir el hueco que dejan los seres queridos con quienes hemos compartido la vida y que en la vida nos esperan.

50 años de ministerio, de encuentro con el Dios de la vida en los hermanos más desfavorecidos. A su entusiasmo y alegría innatos se unió el gozo de vivir el posconcilio y los aires del espíritu renovador que refrescaba a la Iglesia y alumbraba un nuevo Pentecostés. Fundador de comunidades y promotor de todo cuanto oliera a Acción Católica y a Iglesia obrera; comenzó su tarea pastoral en el Valle del Almanzora, en el pueblo de Sierro y alrededores donde estuvo tres años. Vio nacer la Puebla de Vicar con gente venida de Las Alpujaras granadinas; le gustaba referir: “por una vez la Iglesia llegó antes que la gente”, veinte años compartió con ellos; de allí salió, coincidiendo con la publicación del POTI (Pastoral Obrera para Toda la Iglesia) para poner en marcha en la diócesis la Pastoral Obrera y comenzar, desde la parroquia de San Isidro de Regiones devastadas, la creación de la parroquia de San Luis Gonzaga donde ha estado los últimos 25 años.

Mil y una anécdotas de su buen hacer podríamos traer a colación, baste esta como muestra y expresión de su talante: recién llegado a la capital entra en contacto con el colegio de Educación Especial Princesa Sofía. Sin muchas vueltas, los padres le plantean una demanda que hasta el momento ha tenido poco eco en otras esferas religiosas: “Queremos que nuestros hijos hagan la primera comunión”. Son escuchados y se preparó la celebración: en torno a la mesa del salón se sentaron los participantes; en cada gesto lleno de alegría, en cada grito, entre los besos y abrazos, Jesús se hizo presente. Antonio, con la sonrisa y alegría que le caracterizaba, sorprendió a todos con la acción de gracias al Padre: “Hoy estos niños y niñas nos han hecho disfrutar de unos momentos que difícilmente olvidaremos. Este pequeño salón de actos se ha llenado de claridad, de espontaneidad, de naturalidad, de gratitud, de buen rollo, de amistad sin reservas, de inocencia, de bondad, de fraternidad, de risas, de aplausos… Gracias Padre, Gracias Jesús, hijo del carpintero, gracias Virgen Madre; gracias a todas y cada una de las familias de estos niños, sois un ejemplo de ternura… Gracias de corazón, muchísimas gracias”.

Toda una vida acompañando a personas en sus procesos. Su nombre estará siempre unido a Pastoral Obrera, HOAC, JOC, Junior, ACG. Dinamizador como él solo, en cada reunión durante mucho tiempo, resonaba su voz indicando y preguntando: ¿Causas? ¿Consecuencias? ¿Objetivos? ¿Medios? ¿Acciones? ¿Cuándo revisamos?

Lo recordaremos con cariño y agradecimiento. Su trabajo incansable y constante nos hizo iniciarnos en la HOAC. Durante tres años los compañeros de Motril nos acompañaron hasta el paso a la militancia. Siempre Antonio estuvo presente animando y escuchando, se hacía el encontradizo en las necesidades y sacaba de donde fuera tiempo para acompañar. En los últimos doce años su compromiso con el Equipo ha sido ejemplar.

Descubrió y vivió una espiritualidad encarnada, supo llevar la vida a la oración y encontrar y servir a Cristo en los hermanos. Su preocupación era la de la Iglesia: Dar a conocer a Jesucristo, y su habilidad saber unir fe/vida, oración/acción y plantear la vida cristiana, no como la unión de compartimentos estancos, sino como un todo poliédrico e integral donde en cada una de las partes se expresa, vive y se da la totalidad de un Dios que nos ama entrañablemente, pero que no se agota en nuestra pobre percepción y experiencia, y por ello se hace necesaria la comunidad como espacio de reconocimiento y crecimiento.

Nos ha dejado el hombre que estaba incapacitado para vivir solo, que necesitaba oír respirar a su lado y que se desvivía y reconocía en el encuentro. Se notará su ausencia, pero no podemos hacer otra cosa que dar gracias al Padre por el tiempo y la vida compartida con él, y llenos de esperanza gritar una vez más: ¡Hasta mañana en el altar!

Ver anterior reseña de Fernando Díaz Abajo.

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