Pocas veces como en las última semanas, a propósito del conflicto político catalán, se ha utilizado tanto la palabra democracia, pero también pocas veces se ha vaciado tanto de contenido. Da la impresión de que se habla sobre todo de algo formal. Las formas, ciertamente, son importantes. Pero cuando no hay mucho más, hasta las formas se atropellan con toda tranquilidad, lo que también está ocurriendo. Y nuestra débil democracia se debilita cada vez más, porque hay cosas que debilitan y corroen la democracia.

Una es olvidar su sustancia esencial como proyecto de convivencia en común desde la diversidad para que no haya empobrecidos, precarizados y excluidos. Se olvida que el primer problema, lo que más corroe la democracia, son las desigualdades, el empobrecimiento, la exclusión. Si no se pone en primer lugar la lucha contra la pobreza y la exclusión, la democracia se queda sin sustancia. Las formas se convierten en puro formalismo que no resuelve nada, al contrario: esconde y enmascara la realidad. Como dice insistentemente el papa Francisco, esta es la clave de toda la vida y la acción política a la altura de la dignidad de la persona, como esencia de la democracia: «La necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar (…) Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres (…) no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es la raíz de los males sociales» (EG 202). ¿Dónde queda esto en todo lo que se está planteando?

Otra es olvidar que como proyecto de convivencia en común desde la diversidad para que nadie sea empobrecido, precarizado, excluido, la democracia necesita un proyecto de sociedad, un proyecto de futuro por el que trabajar en común. Reducirlo a una forma de articulación del Estado (la que sea) es negar la sustancia de la democracia. ¿Qué proyecto de sociedad defiende en realidad el Gobierno de Catalunya?, ¿qué proyecto de sociedad defiende en realidad el Gobierno de España? ¿Cuándo podremos dialogar esto? ¿De qué estamos hablando si no lo hacemos? Demasiadas cosas se sitúan en el corto plazo (con frecuencia buscando en realidad réditos electorales a corto plazo), cuando lo que necesitamos son políticas de largo plazo, de construcción paciente de un proyecto de sociedad que responda realmente a las exigencias de la dignidad de las personas.

Una tercera es olvidar y no querer ver que, como proyecto de convivencia en común desde la diversidad, la democracia necesita que se tiendan puentes y no que se levanten muros. Todo lo contrario de lo que hacen algunos. Reducirlo todo a un sí o no, es levantar muros. Situar la mayoría parlamentaria por encima de todo, como quien puede imponer lo que sea y como sea, es levantar muros. Negarse a reconocer la necesidad de cambios en profundidad y encerrarse en la defensa de un marco legal claramente superado por la realidad, es levantar muros. Descalificar sistemáticamente al otro con palabras altisonantes y con un lenguaje que suma un despropósito a otro, es levantar muros. Negar el valor de propuestas, que las hay, mucho más matizadas y sensatas, es levantar muros… ¿Qué puentes se está dispuesto a tender? Esa es la pregunta que todos debemos responder. Porque después del 1 de octubre, pase lo que pase, el conflicto político seguirá ahí y las necesidades de la democracia que hemos planteado también.

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