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TTIP, dignidad de la persona y bien común | #Editorial1586

12 agosto 2016 | Por

TTIP, dignidad de la persona y bien común | #Editorial1586

Las Conferencias Episcopales de la Unión Europea y los Estados Unidos han hecho pública una importante declaración conjunta sobre las negociaciones del acuerdo de Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (conocido como TTIP por sus siglas en inglés). Esta declaración cuestiona en su raíz el TTIP. Nos encontramos ante dos lógicas: la de la rentabilidad económica por encima de todo, que domina en la práctica hasta ahora en el proyecto del TTIP; y la que plantean los obispos, la defensa de la dignidad de las personas, los derechos de los pobres y el bien común. La posición de los obispos es clara: el comercio y las inversiones pueden ser beneficiosos solo cuando se orienten a la justicia, la reducción de las desigualdades, la promoción y defensa de la dignidad humana y el bien común, y la protección del medio ambiente. Como dice el papa Francisco: «el objetivo de la economía y la política es servir a la humanidad, comenzando por los más pobres y vulnerables».

Desde esta perspectiva, los obispos expresan algunos principios éticos fundamentales para valorar el TTIP y diversas preocupaciones. Plantean la necesidad, en todos los aspectos del comercio y las inversiones, de evaluar y dar prioridad a la prevención de los daños hacia las presentes y futuras generaciones, en lugar de la búsqueda de beneficios. Especial preocupación manifiestan en lo que se refiere al trabajo digno y los derechos laborales: deben protegerse siempre; en especial, deben garantizarse condiciones de trabajo dignas y seguras, horarios de trabajo razonables, salarios que permitan una vida digna a las familias, la adecuada protección social. Igualmente, subrayan que debe promoverse el desarrollo de los pueblos y el cuidado de la creación, dos aspectos inseparables, prestando una especial atención a las necesidades de los pobres, la protección del medio ambiente y la salud de las comunidades. En este mismo sentido, la promoción de una agricultura sostenible y la especial protección de los pequeños agricultores. También la protección del patrimonio de las comunidades indígenas, el alivio de la deuda externa que aplasta a tantos países pobres, y políticas que busquen reducir la necesidad de emigrar para sobrevivir. Los obispos muestran su preocupación por las patentes respecto a los productos farmacéuticos y la agricultura, afirmando que lo que debe prevalecer es la necesidad de acceso a los medicamentos y a los avances agrícolas por las poblaciones vulnerables: hay que priorizar claramente las necesidades de los pobres.

Hay dos aspectos de la declaración que nos parecen especialmente importantes. Por una parte, la participación, de la que dicen: «la dignidad humana exige transparencia y el derecho de las personas a participar en las decisiones que les afectan». Ni una cosa ni la otra se han dado en las negociaciones del TTIP. Por eso reclaman foros y procedimientos que las aseguren antes de adoptar ningún acuerdo. Por otra parte, la pretensión de limitar la capacidad de los gobiernos de tomar decisiones, sometiéndolos a mecanismos internacionales fácilmente controlables por los más poderosos económicamente, cosa que es extremadamente grave. Los obispos son muy claros: «cuestionamos las ventajas de recoger en los tratados internacionales que las partes soberanas acepten un arbitraje internacional como forma de solución de conflictos, sea a través del mecanismo de arreglo de conflictos inversores-Estados. Ambas vías pueden conducir a ventajas injustas de los intereses comerciales (…) y pueden producir un debilitamiento de importantes estándares medioambientales, laborales y de derechos humanos. Los intereses privados no pueden eclipsar los bienes públicos.

Acogemos con gozo esta declaración. Son aliento a todas las personas e instituciones que llevamos tiempo denunciando que el TTIP es expresión de esta “economía que mata”, que sigue sin estar al servicio del bien común, que deshumaniza, que imposibilita los derechos familiares de las personas y los derechos sociales de las familias; que imposibilita la vida, porque no está al servicio de la dignidad de las personas. Nuestro deseo es que, en el día a día, en el cuerpo a cuerpo del acompañamiento, en la vida cotidiana de los empobrecidos, sigamos encontrando a nuestros pastores. Ahí, la Iglesia, nos la seguimos jugando.

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