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Algunos desafíos para el movimiento sindical

11 julio 2016 | Por

Algunos desafíos para el movimiento sindical

Carlos Aristu | Cuando uno trata de identificar los ejes centrales del discurso político actual, no es fácil colocar entre los primeros lugares la cuestión laboral. Sin menoscabo de la trascendencia social de otras materias y disputas ideológicas, parece evidente que el trabajo no acaba de encontrar el reconocimiento que antaño tenía a la hora de articular un determinado proyecto político.

No estoy hablando de analizar las estadísticas sobre personas en situación de desempleo, cuántos empleos se crean y con qué características. Me refiero a la desvalorización social del trabajo que se viene propiciando, desde determinados ámbitos ideológicos, y que pareciera haber encontrado acomodo en los espacios de tradicional confrontación.

No creo que sea una cuestión baladí. El trabajo representa una dimensión humana de enorme complejidad y que sigue resultando capital para vertebrar cualquier modelo social. No se trata solo de facilitar el principal instrumento para escapar de la pobreza –cuando se desarrolla en determinadas condiciones– y la exclusión social; el trabajo confiere además, por la manera tan directa y aguda en que nos afecta, oportunidades para mejorar las condiciones de vida de las personas, además de ser un espacio clave para medir la calidad democrática y los márgenes de libertad e igualdad social.

Por otro lado, el factor trabajo es determinante para conquistar derechos también fuera del espacio laboral. No parece casual que buena parte del paquete de reformas impulsadas durante la crisis económica hayan estado dirigidas hacia la definición de un nuevo sistema de relaciones laborales, detrás del cual subyace un diseño conceptual de cómo debe ser nuestra sociedad y en base a qué tipo de valores se debe organizar. En este periodo han sido 90.000 los millones de euros transferidos desde la rentas del trabajo hacia las del capital.

En este contexto, se impone también una necesaria tarea de reflexión y debate acerca del papel a jugar por aquello otrora conocido como movimiento obrero organizado y las propias organizaciones sindicales. Ante la consolidación de un discurso de fragmentación de las identidades tradicionales –clase obrera o trabajadora–, se disputa el reconocimiento al grupo social (emprendedores, precarios, clase media empobrecida, etc.) con mayor grado de victimización a cuesta de la crisis. Recomponer la sensación de pertenencia a un sujeto social, diverso y renovado, que precisa de organización y solidaridad es quizás el primer reto sindical, encontrar el discurso apropiado para un proyecto social que aglutine intereses complementarios en torno al trabajo.

De igual forma, el sindicalismo de hoy debe saber adaptarse a las nuevas realidades productivas y laborales que han venido surgiendo. La identidad laboral de muchas personas, sobre todo de las más jóvenes, se construye hoy de forma fragmentada y sometida a interrupciones y modificaciones constantes. Cómo vincular a estas personas, que no cuentan con centros de trabajo estables que sirvan de referencia y soporte para la conformación del proyecto colectivo que supone el sindicato; cómo propiciar una respuesta colectiva organizada a lo largo de procesos de producción enormemente complejos como los actuales, donde las cadenas de actividad trascienden las fronteras implicando a decenas de miles de personas, o afectan a múltiples niveles sucesivos de subcontratación.

Por otro lado, hay que saber hacer permeables a estas demandas a unas estructuras y dinámicas de funcionamiento muy consolidadas. No es tarea fácil, y ello pasa en gran parte por propiciar formas veraces y eficaces de participación de estos nuevos colectivos. El sindicalismo de los próximos años deberá intensificar sus esfuerzos en atender sectores con alto grado de feminización, o la dificultad que supone la dispersión de centenares de miles de pymes y una economía sumergida frente a la que ningún gobierno ha osado actuar; o asignar un papel a aquellas personas que trabajan por cuenta propia y que no encuentran acomodo en la forma de representación sindical.

Hay también retos importantes para el mundo del trabajo que superan la reflexión interna que tienen por delante las organizaciones sindicales. Por ejemplo, el cambio climático requiere definir una nueva ética social y ecológica del trabajo, que reflexione sobre qué y cómo hay que producir para respetar los límites del planeta y concilie la reducción del tiempo de trabajo con las enormes tasas de desempleo.

De igual forma, es clave saber ubicar la cuestión del trabajo en el marco de un complejo proceso de actualización de los proyectos políticos. Sigue pendiente la definición de qué debemos entender hoy por emancipación social para ajustar las sinergias que el mundo del trabajo deberá propiciar con otros ámbitos (consumerismo, ecologismo, derechos sociales como la vivienda o servicios públicos, etc.).

En la medida en que seamos capaces de consensuar las bases del modelo de sociedad al que debemos aspirar, y sepamos insertar en él al trabajo de forma positiva, estaremos en mejor disposición para conquistarlo.

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