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Cultivar el cuidado de la vida desde la triple comunión

30 septiembre 2015 | Por

Cultivar el cuidado de la vida desde la triple comunión

Ester Calderón Gambín  |  Uno de los talleres de la XIII Asamblea General, que versó sobre «La vida comunitaria, la estructura y el funcionamiento organizativo», fue un espacio privilegiado para el diálogo sobre el proyecto de vida familiar. En el taller se explicitó que son muy diversos los modelos de familia que acogemos en la HOAC, pero un único el espíritu, el de llevarnos a esa experiencia primigenia de comunión.

«Nuestro proyecto nació cuando decidimos casarnos, mucho antes de conocer la HOAC», dijo Rosa. El proyecto familiar, que no tiene que ser necesariamente cristiano, se desarrolla siempre, de forma consciente o inconsciente, porque, cuando decides compartir tu vida con alguien, esa convivencia está impregnada de unas determinadas normas, valores y planteamientos de futuro. «En nuestro equipo velamos porque las familias vayan construyendo una vida más humana, sea tu pareja creyente o no», aportó Susana.

Entendemos la familia como las personas que conviven en casa, nos unan o no lazos carnales, «lo importante es que nos amamos y acompañamos mutuamente», apuntó Mili. Esa cultura que pone en el centro el cuidado familiar atenta contra la dinámica de una sociedad estructuralmente individualista. Por eso no hemos de descuidar la familia, remarcó Mariola, ni entenderla como un ámbito más de nuestra vida.

Alguno de los avances que se destacaron fue el testimonio que supone la coherencia militante que va sembrando a nuestro alrededor un estilo de vida y que «lleva a nuestros hijos a imitarnos», atestiguó Pili. Es el caso de Ana Belén que es militante de la HOAC, entre otras cosas, porque vivió en casa el compromiso de su padre, también miembro de la organización. El proyecto familiar implica concretar, de forma consensuada y dialogada, una determinada manera de vivir, «desde el respeto, el amor y la libertad», como dijo Mª Ángeles, «haciéndoles partícipes de las opciones que tomamos», añadió Irene.

«Ser militante de la HOAC no es un voluntariado, es nuestra opción de vida y eso supone muchas veces una dificultad cuando quien nos acompaña no lo entiende», planteó Amaia. Un sentir, al que se sumaron muchas de las personas asistentes y que fue iluminado por otras experiencias como la de Loli, cuya su pareja no es creyente, pero que ha sido capaz de compartir lo que para ella es verdaderamente importante. «Para mis hijas ha sido enriquecedor que cada uno hayamos tenido que dar razón de nuestra diferente manera de entender el mundo».

Rafa, 34 años casado con una mujer que no es militante de la HOAC, pero con la que comparte la fe, «y desde esa fe es desde la que hemos convenido educar a nuestros hijos». O el caso de Chema, casado desde hace veinte años con una militante y que hace uno que se incorporó al movimiento, fruto de un proceso de conversión. «Fueron los pequeños detalles los que me impactaron, lo acogido que me sentía cuando asistía a los actos de la HOAC».

De esa realidad surgió uno de los retos pendientes: cómo hacer sentir a gusto a las personas que nos acompañan. A este respecto se apuntaron propuestas como las de organizar actividades paralelas de formación y de ocio o la de diseñar actos más abiertos y participativos. Según Ita, «hemos de desarrollar la creatividad para darles cabida y que sientan que forman parte de la HOAC, aunque sea a otro nivel».

María puso una pincelada de autocrítica al preguntarse si, en ocasiones, no nos escudamos en que nuestra pareja no es de la HOAC para no asumir compromisos o responsabilidades. «Alegamos dificultad para conciliar cuando en realidad es falta de valentía».

La sociedad cambia, las familias también

Parejas sin descendencia, personas sin pareja, uniparentales, separadas que han rehecho su vida, con hijos e hijas en el extranjero, que conviven con otras personas que no son familia, fueron algunos de los modelos que se apuntaron. «Todas esas realidades, sean las que sean, deben ser acogidas por la HOAC», se concluyó. Nuestro compromiso, como militantes, es el de cultivar en su seno la comunión de vida, bienes y acción, tal y como ha aprobado la XIII Asamblea General.

El mes que viene se celebra el Sínodo general de la familia, un camino de reflexión que comenzó hace un año y en el que el Papa ha querido involucrar a las Iglesias nacionales. El Sínodo puede ser una oportunidad para releer a la luz del Evangelio los signos de los tiempos, para establecer un diálogo abierto y sincero con una cambiante realidad social, para terminar con las exclusiones e integrar a todas las personas en la Eucaristía.

Ya avanzó el papa Francisco en el Sínodo extraordinario de octubre de 2014 que la familia, «cualquiera que sea su situación o sus crisis, debe ser acogida, escuchada y acompañada, porque la Iglesia tiene siempre las puertas abiertas a todos los hombres [todas las personas], por muy irregulares o difíciles que sean sus vidas, por muy cercanas o alejadas de Dios».

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