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El vínculo eterno que selló la abuela

31 julio 2015 | Por

El vínculo eterno  que selló la abuela

Juani de Miguel | La abuela Sierrita ha dejado un recuerdo que perdurará en todos los que la conocieron. La madre de los militantes de la HOAC Francisco y Miguel Güeto murió a punto de cumplir 99 años. Una de sus nueras, recuerda su fácil integración en su familia y en la vida hoacista.

María de la Sierra, bautizada así en honor de la patrona de la localidad cordobesa de Cabra, siempre vestía de marrón. Ese era el compromiso que prometió antes de ser operada a causa de una enfermedad de su juventud.

Ha vivido con nosotros treinta y tres años, desde que se quedó viuda. Todos sus hijos, repartidos por Cataluña, se ofrecieron a acogerla en sus casas y no tuvo inconveniente en trasladarse por turnos. Al final decidió quedarse con nosotros, con la familia de su hijo pequeño. Llevábamos año y medio casados. Se acopló enseguida a nuestra casa, la clave estuvo en dejarla hacer y que se sintiera útil. Enseguida asumió las tareas de la casa. Nosotros trabajábamos por las mañanas y estudiábamos por las tardes. Ha estado cocinando sus recetas tradicionales hasta los 94 años. Los nietos recopilaron su saber gastronómico en un recetario con más de 80 platos que todos conservan como un tesoro.

El nacimiento de nuestras dos hijas fue un motivo de gran ilusión para ella, que solo había tenido hijos varones. Sus nietas la han considerado casi como su madre. En la boda de su primer nieto, estaba radiante de alegría y hasta bailó con él, a pesar de no haberlo hecho nunca. En el enlace de su nieta nos vestimos con trajes medievales. Ella también, aunque de color marrón.

En sus últimos cuatro años de vida, la familia se comprometió a celebrar su cumpleaños durante un fin de semana para poder estar todos juntos. Hijos, nietos y biznietos venían de Cataluña, Cádiz, Córdoba y Granada. Éramos conscientes de que era un regalo del Señor el contar con su presencia y lucidez y de que teníamos que aprovecharlo para consolidar las relaciones entre todos, disfrutar de ella y aprender de la historia familiar. Este año, ya sin su presencia física, hemos vuelto a celebrar su cumpleaños, que habría sido el número 100.

Entre suegra y nuera nunca hubo un roce, siempre imperó el respeto, la educación y el cariño. Nunca se inmiscuyó en nuestras decisiones, aunque, eso sí, con tacto, nos daba su parecer y mantenía silencio cuando no compartía del todo nuestras ideas. En el barrio, siempre nos han visto juntas cogidas del brazo, nuestro trato sorprendía a los vecinos. El ejemplo de su madre –una mujer pequeña de estatura pero grande de corazón que ayudaba mucho a sus vecinos, los cuales venían en su busca– siempre fue una referencia.
Con 86 años le operaron de divertículos y le realizaron una coloctomía. Le costó acostumbrarse pero le daba ánimos y aprendimos a cambiar las bolsas y a superar los inconvenientes que suponía. Luego me tocó a mí operarme de un tumor y ella, con 96 años, se empeñaba en acompañarme a las sesiones de radioterapia, de Cábra a Córdoba, y más de una ocasión lo hizo.

Se apuntaba a acompañarnos allí donde fuéramos. Nos hemos movido sin dificultad, casi hasta el final de su vida. Juntos hemos ido a Bélgica, hemos viajado a menudo a Barcelona, hemos ido al teatro, al cine, al campo, de turismo…

Era creyente, íbamos juntas a la Eucaristía dominical. Nos acompañaba en todas las actividades de la HOAC. Todos los viernes del curso se venía a las reuniones del Equipo, donde era una más, aunque no hablara, por respeto. También asistía a las asambleas, los retiros, las convivencias, incluso a dos Cursos de Verano y a una Asamblea General. Participó en la manifestación final en Córdoba del gesto de Andalucía «La persona es lo primero». Era muy conocida pues tenía un carácter muy abierto y extrovertido.

En 2010, tras ser operada de un tumor de mama, pasé cuatro meses de baja. En ese tiempo le di vueltas a si podíamos vivir con menos (había pedido una reducción de jornada cuando mis hijas eran adolescentes), para dedicarme al cuidado de la abuela y a mis compromisos como militante cristiana. También era una forma de practicar el «reparto del trabajo». Pedí una excedencia de cuatro años.

Enferma en sus últimos meses de vida, la hemos cuidado con todo el cariño. Por la noche, al ir a la cama, la ayudaba a desvestirse, le cambiaba la bolsa de coloctomía, la arropaba, le daba un beso y le deseaba las buenas noches, a lo que me contestaba: «que Dios te de la gloria». Han sido muchos años de convivencia y de complicidad. Me han ayudado a entender mejor a las personas mayores y reconocer su papel en nuestras familias y en la sociedad.

Toda la familia hemos aprendido mucho de ella. Hemos recibido mucho más de lo que hemos dado. Solo nos cabe dar gracias al Padre por haber podido compartir nuestra vida con ella; las palabras que figuran en su lápida y que son un extracto de la homilía de la Eucaristía de su funeral resumen mis sentimientos y los de toda la familia. «Nos dejó el regalo de sus cuidados, de su ternura y de su buen hacer como guía para toda nuestra familia».

¿Qué dice la Iglesia?

El amor se expresa también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven en la familia: su presencia supone un gran valor. Son un ejemplo de vinculación entre generaciones, un recurso para el bienestar de la familia y de toda la sociedad: «No solo pueden dar testimonio de que hay aspectos de la vida, como los valores humanos y culturales, morales y sociales, que no se miden en términos económicos o funcionales, sino ofrecer también una aportación eficaz en el ámbito laboral y en el de la responsabilidad» CDSI, 222.

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