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Pedro Simón: «Hay gente que no se ha enterado del destrozo de esta crisis»

23 junio 2015 | Por

Pedro Simón: «Hay gente que no se ha enterado del destrozo de esta crisis»

José Luis Palacios | Periodista dedicado a entender y contar lo que le pasa a la gente común más que a lisonjear a los poderosos. Leer sus reportajes en «El Mundo» corta el aliento y sacude la conciencia. La serie sobre los despilfarros del boom inmobiliario, con fotografías de Alberto Dilolli, le han valido el premio Ortega y Gasset de periodismo impreso. Su primera novela se llama «Peligro de derrumbe».

–¿De dónde nace «Peligro de derrumbe»?
–Después de tantos años escribiendo sobre la crisis para el periódico, era el único libro que me apetecía hacer y que podía hacer. Estoy muy orgullo de él. Sentía que se lo debía a mis hijos. Quería que supieran que cuando ellos eran niños, estaban pasando estas cosas, que cuando nos decían que estábamos saliendo de la crisis, había mucha gente que lo estaba pasando muy mal.

Igual que cuando antes de comer caracoles los pasas por agua y sal para quitarles la baba, yo necesitaba quitarme esa baba después de haberme encontrado y haber hablado con tantas personas machacadas. Muchas de estas historias se resuelven en el diario en 4.200 caracteres. Luego te vas a casa, pero no te abandonan del todo, sigues hablando con esas personas, sabiendo de ellas, aunque ya no tengas ningún interés periodístico. Había una materia prima que tenía sentido aprovechar. Toda esta «baba de caracol» está volcada en el libro, esa frustración de no tener trabajo, de no encontrar hueco en un periódico para contar toda la historia. Con ese barro he hecho este muñeco.

–¿Cuesta pasar del estilo periodístico a la voz literaria?
–El periodista está acostumbrado a bailar en dos folios, a jugar en una pista de pádel. Salir a correr a campo abierto te genera cierta ansiedad. En una novela, a veces hay que dejar que el lector indague. Como periodista, tiendo a contar muchas cosas, y puede que yo haya pecado de contar demasiado, pero no lo he sabido hacer de otra manera. Decía Rafael Chirbes que en la literatura, y yo creo que también en la vida, «a veces, menos es más».

–¿En algún momento ha sentido que estaba explotando el dolor ajeno en su provecho?
–Este es un asunto de dos caras para los periodistas. Por un lado, crees que contarlo sirve para denunciar la situación y por otro eres muy consciente de que vives de las desgracias. Al final se trata de ser lo más honesto posible, de reflejar lo mejor que uno sabe lo que le pasa a la gente y confiar que eso ayude a cambiar pequeñas realidades… Aunque estoy convencido de que el periodismo no sirve para cambiar el mundo, quiero creer que puede ayudar a la gente, que puede hacer que una pequeña comunidad mejore y que puede frenar algunos abusos. No creo en la revolución global, pero sí en la salvación individual, en lo que haga yo, en lo hagas tú o aquel señor.

Eso sí, no hay que ser objetivo, sino rigurosamente subjetivo. No creo en la equidistancia. No puedes ser neutral ante la víctima y el verdugo, ante el que la hace y el que la paga, no puedes tratar igual al mangante que al pobre «jubilata» al que le han quitado la pasta. El periodista tiene un lugar ético y tiene que ocuparlo y demostrarlo con toda claridad, porque al final se trata de poder dormir con la conciencia tranquila. Lo más importante es la mirada, como en la vida, y pobre de aquel que ante la pobreza no cambie de mirada. Creo que fue Casaldáliga el que dijo que la cuestión de Dios, no es si existe o no, sino saber de qué lado está. El periodismo tiene mucho que ver con esto. Kapuscinski decía que para ser buen periodista hay que ser buena persona, y creo mucho en ello. Solo si te pones en la piel del otro, puedes entenderlo; y solo si lo entiendes, se lo puedes contar a otro. El periodismo sin empatía es un periodismo sin alma. Hay que informar, formar y entretener, pero también emocionar, que es lo que hace que se muevan conciencias. Al menos, podemos hacer que alguien que toma decisiones duerma mal.

–No parecen buenos tiempos para el periodismo, precisamente por su tendencia a colocarse al lado de los poderosos y del dinero…
–El poder financiero ha visto durante la crisis la yugular de los medios y se ha lanzado a ella, sin misericordia. Es como en las muñecas rusas. El poder financiero hace tiempo que se hizo con el control del poder político, éste con las empresas de comunicación y éstas con el control de los ciudadanos, intentando embridar a la sociedad. Y los medios lo hemos hecho de maravilla. Ahora es el poder financiero el que tiene embridados directamente a los medios, ante su debilidad económica. Aunque creo que es injusto, los periodistas nos merecemos el desprestigio que arrastramos, contagiados por el desprestigio de los políticos. Hemos sido cómplices, cooperadores necesarios y hasta sicarios del poder financiero que ha dejado tantos cadáveres durante la crisis. Pero también hay «fueguitos», fuera de la gran hoguera, dispersos y pequeños, iniciativas independientes que no aspiran a hacerse millonarias, que se creen la responsabilidad ética y se lo toman en serio.

Dicho esto, he de reconocer que tengo el privilegio de poder hacer lo que me apetece y lo que creo que debo hacer, dentro de una empresa que me lo permite, a pesar de todas las ataduras que puedan existir. Nos dejan hacer, después de todo. Nos hemos dado cuenta de que si no somos una referencia ética, no tiene sentido el periodismo, de que de algún modo tenemos que volver a las raíces. Tenemos que demostrar que somos necesarios y ser profesionales hasta la exquisitez. Si no lo hacen los medios convencionales, lo harán otros y ahí sí que no tendremos futuro.

–A pesar de todo, se considera más periodista que escritor…
–Escritor es una palabra muy grande, como «novela», que a pesar de sus seis letras, es algo inabarcable. El periodismo está más pegado a las cosas que pasan y esta novela es ficción de la no ficción, hablamos de algo que es muy real y muy periodístico. Hay cosas que quité de la novela porque la gente no se lo creería. En alguna crítica he leído que hay pasajes inverosímiles, cuando lo que he hecho ha sido precisamente quitar y no añadir, para ser más creíble. Hay gente que todavía no sabe lo que está pasando, del destrozo que ha causado esta crisis. Hablamos de familias de 11 miembros que viven con la pensión de la abuela, niños que se duchan con agua fría… No es algo que se haya terminado, ni mucho menos. La mitad de los trabajadores ganan menos de 950 euros al mes y hay un 12% de trabajadores que no llegan al final de mes. El otro día me contaba una señora en un reportaje que después de haber sido jefa de ventas trabajaba como teleoperadora y ganaba 675 euros al mes, después de un tiempo en el paro. Me decía: «no sé porque estoy tan contenta, si tengo una hija y no llego a fin de mes». Esta es la recuperación que nos venden.

¿Qué tipo de país estamos construyendo? Esto no es una crisis es un cambio de modelo. Las normas ya son otras. Que nadie piense que vamos a volver a jugar a lo que jugábamos antes. Ahora caes en una casilla del parchís y el castigo es más duro, te mandan a otro lado pero más lejos… Ves las declaraciones oficiales, las estadísticas y piensas en aquella frase: «Si la prensa dice la verdad, la realidad es mentira». Hay un mensaje intencionado para tratar de vendernos una historia que no es real. Volviendo a la pregunta anterior, ahí nos la jugamos y los medios tendremos que ver lo que queremos contar a la gente. Si los periódicos de la Tierra hablan de Marte, seguramente no venderán demasiado.

–Su libro sirve para adentrarse en el fondo de las personas más castigadas y despertar un montón de sentimientos que no dejan a nadie indiferente…
–La gente dice que se emociona leyendo este libro. Y que le hace pensar. Es un libro que te golpea. Al lector hay que cogerlo del pelo, no más allá del segundo párrafo y sumergirle la cabeza en el agua sin dejar que se escape. Es algo muy periodístico, aplicado en esta novela. Tiene que ver con la emoción y con que tú quieres que vea ciertas cosas, no se puede ir sin ver lo que quieres mostrar.
faldon portada y sumario

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