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Hacer visible lo invisible

02 abril 2015 | Por

Hacer visible lo invisible

Víctor Manuel Marí Sáez | Pero, ¿qué sentido tiene seguir celebrando el Día de la Mujer trabajadora? ¿Y por qué no el día del Hombre trabajador? Estimado lector y lectora, estas no son preguntas retóricas que me hago a mí mismo para empezar el artículo. Son preguntas reales que escuchaba hace unas semanas mi mujer, profesora en un colegio público de Cádiz, de boca de compañeras suyas, también maestras, cuando estaban reunidas para preparar una actividad escolar con motivo de la fiesta del 8 de marzo.

Hay personas, como las citadas profesoras, que no encuentran motivos para tal celebración. Será, quizá, que no leyeron la noticia que se publicó la semana anterior a la citada reunión. O peor aún, que leyeron o escucharon esta noticia y otras similares pero permanecieron insensibles ante la realidad que se representaba allí. Los medios se hacían eco del informe del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) titulado «La percepción de la violencia de género en la adolescencia y la juventud». En él aparecían cifras tan preocupantes como las siguientes: uno de cada tres jóvenes (el 33%) considera inevitable o aceptable comportamientos como «controlar los horarios de la pareja», «impedir a la pareja que vea a su familia o amistades», «no permitir que la pareja trabaje o estudie» o «decirle lo que puede o no puede hacer» (Huffington Post, 27/01/2015).

Ya dice el refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y en este tema, como en otros tantos, la sensibilidad es algo que se educa. La conciencia crítica no viene activada por defecto en el equipamiento de fábrica del ser humano. La conciencia es algo que hay que despertar, que es bueno educar. El nacimiento de la conciencia hay que provocarlo. Así pasa, que muchas personas se van de este mundo sin haberla activado. Una pena.

Hay una forma de vivir y de situarse en el mundo que tiende a ver como normales comportamientos que no lo son y no deberían serlo, como es el que nos ocupa hoy. Se invisibilizan las múltiples formas de discriminar a la mujer. Una de las vías de invisibilización consiste en normalizar comportamientos sexistas y discriminadores que deberían sacudirnos. La dictadura de lo que se considera normal está más presente de lo que nos creemos. Hace años Miguel Lorente Acosta publicó un libro cuyo título, por si solo, daba pie para un buen debate: «Mi marido me pega lo normal» (2003). Las mujeres españolas de toda una generación consideraban que era normal que sus maridos las pegasen, por eso cuando conversaban en confianza con amigas, vecinas o familiares hacían referencia al título del libro: asumían que agredirlas era un comportamiento normal, sin pensar en que lo verdaderamente normal debería ser la ausencia de agresiones de cualquier tipo por parte de sus parejas. Por suerte hoy no estamos en este punto como norma general, aunque la violencia sexista sigue estando presente en nuestra sociedad de un modo inquietante. Por tanto, sigue habiendo comportamientos sexistas normalizados que aún necesitan ser problematizados, esto es, sacados a la superficie para desentrañar sus contradicciones con vistas a su superación.

Cambiando de tercio, en el día de la Mujer trabajadora también es importante desenmascarar los estereotipos y modelos de comportamiento que proponen «industrias de la conciencia» como Disney a los niños y niñas de todo el mundo. Entre otras vías, mediante los valores y comportamientos encarnados en las princesas de sus películas. A pesar de la evolución formal de estas princesas en el universo Disney, los valores y las visiones del mundo ahí presentes siguen siendo, en lo esencial, similares. Desde la clásica Cenicienta hasta la más reciente Elsa, protagonista principal de la célebre Frozen, se propone a la princesa como un modelo de conducta para las princesas de la casa. No sé si a estas alturas hay todavía alguien que no haya escuchado a una vecina, hija, alumna o sobrina cantar la canción central de la película Frozen titulada Let it go (traducido como «libre soy» o «Suéltalo») un vídeo que en Youtube alcanza los 336 millones de reproducciones solamente en el canal oficial de Disney.

No hay duda de que la película tiene aspectos positivos, como pueden ser la invitación a que los niños expresen y regulen sus emociones, así como el valor de la amistad entre chicas que aparece en el film. Pero, por otro lado, este boom del principado nos devuelve algunas preguntas inquietantes: ¿una sociedad puede funcionar cuando la mayor parte de los niños y niñas quieren ser príncipes y princesas? ¿Acaso no resulta evidente y preocupante la precoz erotización de los niños y niñas, con vistas a meterlos antes y más a fondo en la sociedad de consumo? Y la tercera pregunta (ya con un punto de humor, como suele hacer el gran Wyoming en sus entrevistas de El Intermedio): ¿la monarquía española estará financiando estas películas de princesas para evitar que se implante la Tercera República?

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