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Bolivia: Hacia una Iglesia Aymara

16 septiembre 2014 | Por

Bolivia: Hacia una Iglesia Aymara

ISAAC NÚÑEZ*. El título responde a la realidad de algunos intentos y plasmaciones concretas de desarrollo de una Iglesia andina, aymara, desde los años 70, en Bolivia y en Perú, aunque en los últimos años ha decaído mucho. Y en esa línea quiero inscribir la experiencia reciente que he vivido en un Encuentro de Catequistas de la Vicaría Illimani-Río Abajo, en la comunidad de Tirata, los días 4 a 6 de julio en continuidad con los Encuentros celebrados en años anteriores, y en el que participaron unos cien catequistas de las parroquias de Señor de la Sentencia –La Paz-, Cohoni, San Miguel de Calacoto y Lambate. Voy a hacer un relato entre la crónica, a ratos detallista, y el posicionamiento vivencial y programático en pro de la potenciación de la Iglesia aymara en el ámbito de las comunidades campesinas.

El Vicario, P. Marcelino Chuquimia, es aymara de etnia, de cultura y religiosidad, de corazón y de praxis pastoral con las comunidades rurales aymaras. Párroco del “Señor de la Sentencia”, en el centro de La Paz, donde reside, atiende también la parroquia rural de Cohoni y últimamente ha asumido la responsabilidad de la parroquia de Lambate, al cesar el anterior párroco. Estas dos últimas parroquias son plenamente rurales y están constituidas por unas cien comunidades vecinales, a cierta distancia de La Paz, con caminos de montaña estrechos y arriesgados que suponen varias horas de conducción. Las comunidades se contemplan en la blancura de la nieve del Illimani, la cadena montañosa más elevada de los Andes, de más de 6.000 m. de altitud.

Marcelino es uno de los “padres” realmente preocupados por la atención pastoral de todas esas comunidades campesinas aymaras, aunque le resulte imposible hacerse presente con cierta frecuencia en las mismas. La mayoría de las parroquias y comunidades del campo reciben la visita del “padre” muy pocas veces al año, casi solamente el día de la fiesta patronal, en la que también celebran los bautismos y primeras comuniones del año. Suele haber catequistas en bastantes comunidades, laicos o laicas de la comunidad y elegidos por la misma, pero con escasa preparación y sin llevar a cabo apenas una pastoral catequética y de animación de la fe de la comunidad. Marcelino potencia la acción de estos catequistas y también su capacitación y formación.

El día 4, me recogieron en una camioneta, a las 6.30 de la mañana, para ir al Encuentro, pero acercándonos antes a Lambate a recoger a catequistas. Llegamos a Totorapampa y Tres Ríos, comunidades a las que yo voy un sábado al mes, hacia las 10. Allí recogimos a cuatro catequistas que habían bajado de Lambate –a los que sumarían otros dos en la noche siguiente-, y también a los dos catequistas de Totorapampa. Todo marchaba bien, hasta que, después de desviarnos por otra carretera para ir ya directamente al Encuentro en Tirata, el que hacía de guía dirigió la camioneta por un camino que no mostraba huella alguna de paso de vehículos. La bajada era difícil, con muchos desniveles y piedras sueltas, hasta que llegamos a un punto donde el camino había sido interrumpido por un gran derrumbe de tierra y había quedado reducido apenas a un sendero para el paso de personas. Algo más adelante, había caído tierra y piedras en otro largo trecho. ¿Qué hacer? Era arriesgado retornar, pues, seguramente la camioneta no podría subir la cuesta. El que hacía de guía corrió y corrió hasta la comunidad cercana de Pinaya y pronto aparecieron tres hombres fuertes con herramientas para liberar el camino. Más tarde llegaron dos chicos de unos 12 años. Entre todos, hombres y mujeres y niños -¡cuánto trabajan las mujeres en Bolivia, en trabajos tan duros como los de los varones!-, faenamos duro, hasta dejar el espacio justo para el paso de la camioneta. Pero, tal espacio no era suficiente. Yo estaba angustiado viendo el grave peligro de que la camioneta volcase pendiente abajo con el conductor. De hecho, en los dos tramos el paso fue guiado por la mano providente del Señor: la rueda postrera pasó poco menos que en el aire y con un pequeño hundimiento del terreno. “¡Bendito seas, Señor! ¡Gracias, Dios nuestro!”, fue la exclamación oracional espontánea de todos.

Ya en la comunidad ofrecimos a los hombres y niños que nos habían ayudado una pequeña cantidad de dinero para que tomaran algo, ofreciéndonos a la vez para animar y celebrar con ellos su fiesta patronal. Es memorable el compartir generoso y solidario que tuvieron con nosotros, con desinterés y gratuidad. Fue una gracia del Señor. ¡Qué bueno el saber entrever en medio de problemas, a veces graves, la mano del Señor en y a través de las personas que prestar ayuda! Hemos de dar gracias al Señor por las maravillas que hace por nosotros a través de los demás –y las maravillas que hace también por los demás a través de nosotros-. Ya era la hora del almuerzo, hacia las 14 horas, y las mujeres catequistas nos sirvieron el apthapi –comida comunitaria- que llevaban preparado, a base de papa, chuño, arroz, yuca, algo de carne de llama… Y continuamos camino, ya sin grandes sobresaltos, hacia Tirata. Bajamos hasta el río de La Paz, el Choqueyapu, siguiendo la ruta que va recorre su muy ancho lecho, que ahora solamente alberga un arroyuelo, pero en la época de lluvias –primavera y verano-, suele llenarse totalmente, dejando incomunicadas a las comunidades ribereñas. Llegamos a Tirata hacia las 18 h., tras casi doce horas de viaje.

En ese momento, estaba comenzando la celebración de la eucaristía, en la iglesia totalmente llena de gente, presidida por el arzobispo Monseñor. Edmundo Abastoflor. En esta eucaristía, así como en las diversas actividades del resto de los días, resaltaba el canto y la música aymara, armonizada con guitarras, mandolinas, acordeón… y la participación coral de todo el pueblo, con la tonalidad característica de las mujeres aymaras, todo ello de ritmo y gran belleza sonora. – En Bolivia destaca la dedicación a la música y la práctica de la misma por parte de personas de las propias comunidades, en las fiestas y en toda clase de celebraciones, junto a la danza, vestidos con trajes muy llamativos y de fuerte colorido, desfilando por las calles; música propia, andina, particularmente bella-. La impresión que yo sentía era la de una Iglesia del Pueblo sencillo aymara, con su obispo y sus “padres”; una sensación gozosa y entusiasmante.

 

Después de cenar, el arzobispo se despidió expresándome su satisfacción por mi participación en el Encuentro. Serían las 22 h. cuando yo me retiré al alojamiento asignado para descansar, en la casa de un anterior catequista, mientras los demás continuaban en la iglesia, viendo la película de “Marcelino Pan y Vino”. Estaba agotado y no se me hizo duro el jergón de paja sobre el suelo. Había preguntado por el baño y se me dijo que no había baño en la casa –a pesar de ser una mansión amplia y de buen ver-; solamente había un grifo en el amplio patio. En toda la comunidad no hay todavía alcantarillado, debiendo hacer las “aguas menores” y “mayores” en cualquier lugar “adecuado” o en un baño público existente a la entrada de la comunidad. Al día siguiente, se me ocurrió dar un paseo a partir del final de las casas, por un hermoso camino flanqueado por alguna palmera y varios eucaliptus esbeltos y de grueso volumen, y recorrido también por una abundante acequia de agua que riega el amplio espacio de vega ganada al río, que constituye la riqueza de la comunidad – con unas tres cosechas anuales de hortalizas…-. En ese bello entorno pude satisfacer mis necesidades fisiológicas.

El sábado, día 5, a las 17.30, tocaron. Nos fuimos congregando en la iglesia para recorrer el Vía Crucis, el “Calvario”. Comenzamos el recorrido de las catorce estaciones, indicadas con una cruz grande y blanca de madera, en el llano, en las afueras de la comunidad, y fuimos subiendo a un cerro, por una senda cada vez más empinada y al filo o cresta entre dos precipicios laterales, que a mí y a alguien más nos provocaba vértigo. De frente y a la parte opuesta se divisaban las montañas elevadas y peladas, surcadas por profundas arrugas o cárcavas. Abajo quedaba la comunidad de Tirata, con su amplia y feraz vega. En cada estación escuchábamos la meditación sobre la misma, orábamos y se cantaba en aymara. A mí me pidieron que dirigiera la meditación en tres estaciones y también a Marcelino, que se incorporó después de haber salido a las tres de la noche a recoger a dos catequistas que venía al Encuentro y se habían perdido.

El resto de la mañana y parte de la tarde del sábado se dedicó a la formación cristiana. Marcelino habló sobre la Eucaristía (lugar de la celebración, mesa de la Palabra, mesa de la Eucaristía…). Yo, por la tarde, expuse algunos de los contenidos de “La alegría del Evangelio” (EG) del papa Francisco. La gente llenaba la iglesia y seguía con atención y participación las explicaciones. Un taxista, por ejemplo, me explicó que la palabra “primerear” no es un invento del papa, sino que es usada a nivel popular en Argentina y también en Bolivia, concretamente por los taxistas –en el sentido de “adelantarse”-.

A partir de las 17.30 h., se fueron dando interpretaciones de canciones y representaciones por parte de las cuatro parroquias y de la comunidad de Tirata, con el acompañamiento musical de instrumentos y también de dos bandas musicales –de Cohoni y de San Miguel, que actuaron durante los tres días del Encuentro-. Cenamos un plato de “fideo” (como macarrones cocidos) y un “tesito” (taza grande de té). Las preparación y el servicio de las comidas, para más de cien personas, corría a cargo de un grupo de mujeres del “Señor de la Sentencia”. Un trabajo intenso y duro, admirable: pelar papa, preparar carne…para tantos… En este sentido, el Encuentro fue realmente comunitario e integral, no exclusivamente de formación doctrinal, sino sobre todo de encuentro comunitario, de compartir, de colaboración, de experiencia de fe y de vida ofrecida por todos; podemos decir que se trataba de una celebración integral de Iglesia, de Pueblo de Dios, de verdadera comunidad cristiana.

Después de la cena, mientras continuaban realizándose actividades culturales y recreativas, miembros representativos de las parroquias se reunieron con Marcelino y también conmigo, para realizar la evaluación del Encuentro y programar el mismo para el año próximo y algunos otros aspectos. Toda la reunión se llevó a cabo en aymara, con algún resumen que Marcelino me hacía en castellano cuando le parecía. Todos intervenían y se prolongaban con “protocolos” y consideraciones que no se ceñían al tema –es una forma o estilo muy común en las reuniones o asambleas populares-. La evaluación del Encuentro fue totalmente positiva. Se aprobó el traspaso de “preste” (comunidad responsable del Encuentro del próximo año) de la parroquia de Cohoni a la de Lambate.- El “preste” es una persona o matrimonio asignado cada año para organizar y sufragar económicamente la fiesta patronal de cada comunidad –en este caso, no un matrimonio, sino una parroquia al tratarse de un encuentro entre parroquias-; es una forma de corresponsabilidad y colaboración con la comunidad, que va rotando, y que los asignados han de aceptar, a riesgo de que les reclamen el terreno que utilizan para sus sembradíos; lo mismo ocurre con la asignación con el cargo de dirigencia de la comunidad – autoridad o “mall´ku”-. Luego, Marcelino habló de la necesidad de intensificar y mejorar la atención pastoral a las comunidades, proponiendo a los obispos de La Paz la ordenación como diáconos de algunos de los catequistas con mayor preparación, experiencia y disposición; se nombró a una comisión para la redacción de una carta, que sería presentada el día siguiente al obispo auxiliar que presidiría la Eucaristía. Parece que el arzobispo, debido quizás a alguna experiencia negativa, no es proclive a la ordenación de diáconos permanentes; pero debiera prevalecer la necesidad pastoral de las comunidades, dada la escasez grande de presbíteros. La reunión terminó hacia las 23.00 h. y yo me fui a acostar, mientras continuaba la gente delante de la iglesia y sonaba la música, ahora a modo de ´diana” que señalaba el consumo de cerveza. –Siempre, en las fiestas y en cualquier evento, ha de haber cerveza, y todos y todas terminan emborrachándose, como un modo típico de celebración desde el exceso-.

El domingo, día 6, tocaron a las 7 de la mañana, convocando al rezo del “Rosario” en la iglesia, la primera vez que se hacía en la comunidad. Una mujer iba explicando los distintos momentos y aspectos del “Rosario”. Al iniciar cada “misterio”, se repetía un mismo canto mariano, en aymara. Después del desayuno, esperamos la llegada de uno de los dos obispos auxiliares, Monseñor Aurelio, ordenado hace poco. Llegó hacia las 11 h. y fue recibido en un punto de la calle principal, adornada con un arco de flores rojas y de aguayos (las telas de colores que se utilizan para llevar a los niños a la espalda o también cargas de productos), yendo luego todos procesionalmente a la iglesia. El obispo invitó en su homilía al encuentro con el Señor, que siempre acompaña y protege, al que debemos agradecer y pedirle lo que necesitamos –acentuando la tónica de una religiosidad más de petición que de alabanza y acción de gracias, y de una actitud generalizada de recibir más que de dar-. Delante del altar, los vecinos/as de Tirata fueron depositando en gran cantidad hortalizas, frutas… como ofrenda y como “cariño” a distribuir entre las parroquias y demás personas –obispo, “padres”- participantes.

Terminada la Eucaristía, se dio el traspaso de “preste” a la parroquia de Lambate. A un representante de la misma le fue colgada del cuello una cabeza de toro –del toro que había comprado por 3.000 bolivianos para la provisión de carne para las comidas-. Cada uno de los ocho catequistas de Lambate hablaron –repitiendo casi lo mismo-. Luego se inició la marcha, al son de la música de las bandas y danzando cogidos de la mano en parejas de cholita y varón, incluido el obispo y los “padres” –habiéndonos cargado el aguayo con una variedad de hortalizas-, dando vueltas y vueltas en torno a la plaza durante unos quince minutos. El almuerzo fue abundante y sabroso, con cerveza. Yo me senté junto al obispo, compartiendo mutuamente, con sencillez, ideas y experiencias.

Hacia las 15 h., organizamos la partida de vuelta. Llegamos a La Paz hacia las 18.00 h. Ya no me daba tiempo para subir a Panticirca y compartir con el equipo misionero las actividades de esa misma tarde de domingo. Necesitaba “urgentemente” una buena ducha y cambiarme de ropa, bien manchada debido a las contingencias del viaje.
Pero, ese mismo día 6, yo cumplía mis 68 años. Pude compartir un ratito con Samuel, Teresa y Teresita, el mismo día a la noche. Durante el día me habían telefoneado Marcela y Betty. Luego recibí mensajes de Bernardita desde Chile-, Casti y Pili –de la HOAC-. El martes siguiente, en Contexto, un grupo me invitó a almorzar, y me sentí muy a gusto con ellas –mujeres-. Pero, lo más valioso para mí fue el pasar el día 6 con los/as catequistas y la gente de Tirata, en un verdadero baño de pueblo aymara, de pretendida Iglesia o Pueblo de Dios aymara. Lo interpretaba como una llamada del Espíritu a acercarme más a ese pueblo, a las comunidades de Lambate, a comprometerme en la evangelización y atención pastoral de sus comunidades. Llevo grabada en mí las vivencias estimulantes de los/as catequistas y las personas de Tirata, su sonrisa, su comunicación, su acogida, su participación en la liturgia, en las charlas y demás actividades, su música… de hombres y mujeres, de jóvenes y niños/as. Incluso, el grave riesgo que pasamos y las incomodidades de la estancia en Tirata entran en el bagaje positivo de la participación en la vida y en la fe de estas gentes.

Marcelino ya hace algún tiempo que me planteó el trabajo en la parroquia de Lambate. Ya desde el año pasado estoy encargado de las comunidades de Totorapampa, Tres Ríos y Bolsa Negra, pertenecientes a dicha parroquia. En este Encuentro le he reiterado mi disposición a asumir la parroquia de Lambate como párroco, pudiendo dedicar una semana al mes al servicio de sus treinta comunidades vecinales. Me dice que está procurando conseguir los locales necesarios para las reuniones de formación de catequistas y de la gente, las celebraciones y el alojamiento del cura. En agosto nos reuniremos, convocando también a Contexto –que ya viene trabajando en Lambate mismo y en otras comunidades- y decidiremos. Si no prospera mi misión en Panticirca, quizás podría dedicarme totalmente a Lambate. Se cumpliría así aún más mi aspiración a vivir encarnado en la población campesina aymara, dedicado totalmente a su servicio.
Termino esta crónica dando gracias al Señor por esta experiencia especial e invocando al Espíritu para que me llame y me guíe hacia ellos, si es su deseo. Yo estoy dispuesto. “¡Gracias, Padre! Aquí estoy, Señor, envíame adonde Tú quieras”.

*Isaac Núñez fue consiliario de la Comisión Permanente de la HOAC.

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