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Honduras, ¿dónde vas?

17 marzo 2014 | Por

Honduras, ¿dónde vas?

 RAMIRO PÀMPOLS / CIJ. Estas dos palabras, tan cortas, expresan bastante bien el laberinto, el problema de fondo o “la neblina” de la que habla un compañero hondureño, articulista y director de Radio Progreso y de la revista Envío, Ismael Moreno, sj.

No es nada fácil situarse ante esta realidad de un país pequeño en medio de Centroamérica, con 8 millones y medio de habitantes, un millón doscientos mil de los cuales han migrado a los EE.UU.

Quizás los más interesados tenemos noticia del Golpe de Estado del año 2009, cuando el presidente Zelaya fue sacado de la cama y en pijama subido a un avión camino de Costa Rica…

A partir de ese momento, las tensiones internas, la pobreza estructural que flagelaba el país, las fuerzas ocultas que lo dirigían, se hicieron más patentes. Hoy se habla de un 80% de pobreza, un 40% severa, una deuda externa enorme, y con dificultades para mantener la maquinaria estatal por falta de dinero.

Por mucho que parezca chocante, el envío de las “remesas” es el capítulo de ingresos de divisas más grande de Honduras, por encima de los impuestos de todas las empresas del país.

Aceptando que este panorama resulta dramático, lo que a mí me mueve a hacer este intento de escribir sobre Honduras es un bosque difícil de sortear: el narcotráfico que se desliza sutilmente a través del país, la oligarquía del capital a través de grandes propiedades de palma africana u otros productos agrícolas, la cultura política adherida a quienes poseen las tierras y el dinero, la parte significativa de la policía que se debate para salir de la corrupción permanente, los miembros del ejército que participan de esta red difícil de averiguar hasta dónde llega, las “maras”, el miedo y la corrupción de miembros de la Justicia que no permiten romper la impunidad de los crímenes cometidos a diario (una veintena) y de los que sólo se hace el seguimiento de alrededor de un 20%, lo que se puede sospechar que hay detrás la expresión “crimen organizado”, los campesinos privados de unas tierras a base de engaños, presiones y compras fraudulentas por parte de los ya propietarios de grandes extensiones…

¿Por dónde habría que empezar? Personalmente me afecta con fuerza esta ola de violencias, cometidas a veces con crueldad con los cuerpos de las víctimas. Esta violencia se ejerce primero por quien tiene la legitimidad de ejercerla, el Gobierno; después por el narcotráfico, para mantener sus espacios de paso; las “maras”, con voluntad de controlar determinados territorios que dominan con extorsiones permanentes; los guardas de las fincas, con permiso para disparar a quien atraviese las vallas, y para arreglarlo del todo, el oficio del “sicariato”, capaz de matar por una cantidad de dinero no excesiva. Se puede decir que se trata de una profesión. Es bastante significativo que una parte de estos asesinatos se han producido contra abogados, funcionarios honestos, periodistas de investigación y líderes campesinos.

Al no existir en la práctica el ejercicio autónomo de la justicia, hay gente que se atribuye esta tarea, especialmente cuando se dan peleas o muertes entre particulares. Prevalece una especie de Ley del Talión: muerte por muerte.

En muchos de estos casos, sólo aparece como victimario el “sicario”, y nunca el autor intelectual del crimen. Ni siquiera se habla de él ni se hace alusión al mismo. Este aspecto es el que da más miedo de señalar en la prensa o en la TV. Como si hubiera una especie de pacto del silencio.

Muy recientemente, sólo la rectora de la Universidad Nacional, Julieta Castellanos, se ha atrevido a hablar abiertamente de esta cuestión. Ya tuvo que hacerlo cuando le mató la policía a su hijo y a otro amigo al salir de una fiesta de fin de semana. Exigió que se dieran los nombres de los autores de los disparos, insistiendo al mismo tiempo sobre los nombres de los que permitieron hacer posible los dos asesinatos.

Sin ser ningún experto, entiendo que si esta situación se prolonga más, con un promedio de más de 7.000 crímenes cada año desde el 2011, no habrá inversión industrial externa; el turismo, como fuente de ingresos, tenderá a desaparecer; los jóvenes, al ser el grupo más numeroso de víctimas, marcharán del país. Japón, EE.UU. y Francia ya hace tiempo que han advertido a sus nacionales que no visiten Honduras… por seguridad. Lástima, porque ¡Honduras es un país bellísimo, con parques naturales espléndidos!

Está claro que también hay algunos elementos que abren una cierta esperanza: existen asociaciones ciudadanas, surgidas especialmente a partir del Golpe de Estado, con un claro objetivo de presionar al Gobierno que saliera de las elecciones el noviembre pasado, forzándolo a una depuración intensa de las fuerzas de seguridad del Estado; a crear o restaurar la ley de reforma agraria; controlar la entrega de las materias primas (extracción de minerales) del país a las multinacionales, sobre todo chinas, canadienses y norteamericanas; impedir que se construyan “Ciudades Modelo”, grandes extensiones con la intención de una explotación intensiva “legal” de la mano de obra y con leyes especiales para estos territorios (aunque parece que estas ciudades ya están aprobadas), y luchar especialmente por la creación de una “Constituyente” que lleve a formular una nueva Carta Magna en aquellos artículos obsoletos o desfasados, en especial en cuanto a su contenido social.

Éste es también el propósito de la nueva izquierda que ha puesto en marcha el antiguo presidente destituido, Mel Zelaya, con el Partido “Libre”, que ha conseguido ser el segundo más votado para esta legislatura.

Últimamente se va abriendo paso, poco a poco, una imagen más activa y eficaz contra las extorsiones y el crimen cotidiano. Parece que el Gobierno ha tomado en serio parar esta sangría, que de seguir así conduciría a un tipo de “Estado fallido”.

Una palabra sobre el papel de la Iglesia: el Cardenal Nicolás Rodríguez cometió el error de apoyar a los golpistas, lo que ha hecho bajar muy notablemente el sentimiento de proximidad a su persona.

Después, la Conferencia Episcopal ha emitido dos Cartas con una buena orientación cívica y un análisis lúcido de la situación del país antes de las últimas elecciones.

Pero hasta ahora nadie se ha expuesto a una denuncia continuada de la desorbitada violencia que sufre la población. Todavía es el miedo a la realidad el que domina a toda una sociedad que mientras no es herida por una muerte cercana, familiar o de grupo, da la sensación de que vive en una Honduras diferente.

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