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Entrevista a Isaac Rosa, autor de «La mano invisible»

02 enero 2013 | Por

Entrevista a Isaac Rosa, autor de «La mano invisible»

El escritor sevillano, criado en Extremadura, parece haberse afincado definitivamente en el panorama literario de nuestro país, gracias a su particular estilo y su ambición para abordar los grandes temas que tensan nuestra realidad cotidiana. Columnista primero del diario «Público» y ahora de Eldiario.es, autor de «El vano ayer» y «El País del Miedo», con su última obra disecciona con una prosa densa pero afiliada, el fantamasgórico mundo del trabajo.

–En su libro, el verdadero protagonista es el trabajo, las relaciones mercantiles entre compradores y vendedores de mano de obra. ¿Siempre ha sido así?, ¿qué rasgos nuevos presenta hoy el mundo laboral?

–Sí, siempre ha sido así, si por «siempre» entendemos este modo de producción capitalista que en efecto nos parece eterno, que «siempre» hubiese estado ahí, y acabamos asimilando el trabajo como actividad humana al trabajo en el capitalismo. No, ni siempre ha sido así, ni por tanto debe seguir siéndolo por los siglos de los siglos. En cuanto a rasgos nuevos, lo que vemos en los últimos tiempos, años, meses, semanas, horas, es que las relaciones laborales se deterioran a velocidad insoportable. Escribí mi novela hace poco más de un año, y temo que haya quedado envejecida porque hoy son más los trabajadores que soportan condiciones peores de las que yo cuento.

–¿Por qué resulta tan difícil narrar el mundo del trabajo, la actividad laboral en sí?

–Me preguntaba, al pensar esta novela, si había algún tipo de incompatibilidad, si no podía narrarse el trabajo, si no era material literario, porque sería la explicación a la escasa presencia que tiene en la literatura, sobre todo la literatura española actual –y subrayo «española» y «actual», pues en otros países no es así, y tampoco lo ha sido aquí en otros momentos de la historia reciente–. Mi conclusión (que el lector puede compartir o no tras leer la novela) es que no hay incompatibilidad alguna, que se puede hacer literatura con el mundo del trabajo, incluso buena literatura, sin renunciar a valores artísticos o a la necesaria tensión con el lenguaje; que el trabajo no solo es material narrativo, sino que además la literatura, la narrativa de ficción, puede ser la mejor manera de entender el mundo del trabajo.

–¿No valen ya las viejas narrativas como la que en su día se plasmaron en obras como «Germinal» de Emile Zola o «La Jungla», de Upton Sinclair para explicar el trabajo hoy?

–Sí valen. La literatura realista crítica del XIX, o la que se escribió en los años veinte o treinta del XX sigue siendo válida como modelo, siempre que se tenga en cuenta todo lo que la literatura ha incorporado desde entonces, pues ni las novelas son las mismas hoy, ni los autores ni, lo más importante, los lectores, que ya no leen como entonces.

–¿El movimiento obrero ha llegado ya a su fin? ¿Qué quedará de las luchas por la emancipación?

–La historia del movimiento obrero no es rectilínea, ni siquiera es un camino que siempre vaya hacia delante. Hay momentos altos y bajos, hay avances y retrocesos. El final del siglo XX y comienzos del XXI marcó un momento muy bajo para la solidaridad de clase, y ahora, con la crisis, intentamos reconstruir a toda velocidad lo perdido. Como decía Hobsbawm, esa solidaridad tarda mucho en aprenderse, y tardó generaciones en quedar fijada en el código ético de la clase trabajadora; recuperarla ahora puede tardar también mucho, aunque nos urge. La lucha de clases está hoy más viva que nunca. Mientras a parte de la izquierda le incomoda usar ese lenguaje, oímos a financieros como Buffett, o al presidente Obama, hablar de lucha de clases. Ellos lo hacen, porque están convencidos de que van ganando.

–Más que un espejo, la estructura de su obra parece un microscopio con el que quiere llegar al fondo de la realidad. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?

–La mirada es un elemento central de la novela. Más que una lente de aumento, lo que he intentado es cambiar la iluminación, ver el trabajo con una luz diferente: sacarlo de su lugar habitual, de su contexto (la empresa, la producción), y llevarlo a un lugar extraño, el escenario, la actividad improductiva y sin sentido aparente, para que lo veamos bajo una luz diferente (la de los focos, la de quienes miran desde la grada y desde el lado del lector), y nos hagamos las preguntas que habitualmente no surgen cuando vemos el trabajo (cuando nos vemos a nosotros mismos trabajar) en su contexto. Preguntas tan aparentemente ingenuas como la de «¿por qué trabajo?», que te lleva a otra más política: «¿podríamos trabajar de otra manera?».

–¿Cuando se prescinde de la singularidad de las personas, de su biografía, incluso de sus relaciones con los compañeros y con la empresa, ¿qué queda?

–El trabajo en el capitalismo busca la deshumanización del trabajador, reducirlo a una pieza, una máquina, un número. Cada transformación productiva ha ido en ese sentido: en los primeros momentos de la industrialización, despojar al trabajador artesano de su conocimiento y su control técnico, convertirlo en obrero descualificado. En los sucesivos cambios, fordismo, taylorismo, flexibilidad, siempre más de lo mismo. Uno de los primeros éxitos del capitalismo, lo señaló Marx, fue convertir al trabajador en contabilidad, en cifra, en masa informe, en «trabajo», concepto inventado a medida de las necesidades del capital para someter a los trabajadores a la racionalidad económica.

–Si no me equivoco, proviene de una familia de sindicalistas. ¿Hay algo en común entre la acción sindical y la vocación literaria?, ¿se puede cambiar el mundo a través de la literatura?

–Mi entorno familiar, sobre todo mis padres, de larga militancia política y sindical, me han permitido aprender ese hábito de la solidaridad que antes decía se tarda mucho en aprender. La pregunta clásica de si la literatura puede cambiar el mundo tiene un reverso claro: la literatura sirve para que no cambie, sirve para conservarlo como está, para hacerlo soportable a quienes lo sufren, para legitimarlo y naturalizarlo. Si sirve para eso, ¿por qué no iba a servir para lo contrario? Una novela no cambia el mundo, pero hay novelas que te dejan tocado, que te cambian tu forma de mirar, tu forma de pensar. Y eso ya es un principio transformador, todo suma.

–Tal y como está configurándose la sociedad, ¿qué papel cree que jugarán en el futuro los sindicatos? ¿Qué pueden aprender de los movimientos sociales? ¿Y al revés?

–Los sindicatos están en el centro de la diana desde hace años, más en estos momentos de conflictividad social. No conseguiremos frenar los recortes y contrarreformas mientras no sumemos, mientras no construyamos espacios comunes donde encontrarse sindicatos (los mayoritarios, pero también otros sindicatos de clase más combativos), movimientos sociales y las nuevas formas de activismo ciudadano más atomizadas. En la relación actual de fuerzas, ni los sindicatos llegarían muy lejos solos, ni los movimientos sociales pueden aspirar a convocar una huelga general sin aquellos. Estamos obligados a entendernos, a superar diferencias, a aplazar exigencias de responsabilidades (que son legítimas), y a reconocer cuál es hoy el enemigo común.

–La precariedad laboral y la lógica mercantil son factores que configuran la sociedad actual. ¿Estamos asistiendo al nacimiento de una nueva época, más incierta y más conflictiva?

–Estamos en un momento de quiebra, de descomposición. Para que sea de cambio debe haber algo que desaparece pero también algo nuevo que nace. Lo primero lo tenemos, lo segundo aún no está claro. Qué sociedad salga de esta quiebra va a depender de la relación de fuerzas, de qué capacidad movilizadora tengan las fuerzas progresistas, o de lo contrario habrá cambio, pero a peor.

–¿Qué futuro cree que tiene la literatura en la era digital, donde las grandes «industrias de la conciencia» abarcan casi todos los rincones del planeta?

–Solemos confundir la obra y el formato, o incluso el reproductor. El debate sobre el libro electrónico no tiene mucho que ver con la literatura, aunque influya en ella, sino con la industria editorial. De hecho, permitirá a los escritores superar ciertas servidumbres históricas hacia esa industria. Más preocupantes son otras formas de entretenimiento evasivo que compiten con la literatura, pero tampoco podemos hablar de «literatura» sin más, pues hay mucha literatura alineada en esa evasión.

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