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  • 15-12-2009


    «El cristianismo no tiene fácil acomodo en la sociedad»


    Entrevista a Javier Vitoria «No hay “territorio comanche” para Dios»

    El libro de Javier Vitoria «No hay “territorio comanche” para Dios» aporta una reflexión sobre la experiencia cristiana de Dios imbricada en la realidad de la cultura actual y de la situación sangrante de los pobres. Reflexión que resulta a la vez seductora, profunda y cuestionante a nivel personal y también eclesial.

    - Vivimos en una época caracterizada por la banalidad. ¿Queda hueco para construir un nuevo humanismo?

    - Los hombres y las mujeres somos mejores que nuestra cultura y por tanto hay hueco para un nuevo humanismo que tenga en cuenta el sufrimiento de millones de seres humanos. Caer en la cuenta, de forma empática, de ese sufrimiento nos permite pensar que la Historia no ha terminado y que terminará brotando, y está brotando, como en el movimiento alterglobalizador, una cultura humanista que intenta curarnos de nuestras enfermedades más profundas, como son la ceguera ante el desaguisado de este mundo y la apatía, la insensibilidad ante el sufrimiento de gran parte de la humanidad. Estoy convencido, no sólo por el análisis de la realidad y por la confianza en el ser humano, sino también por mi propia fe. Si el Espíritu está presente en la Historia, habrá hueco para el hombre nuevo que Jesucristo anticipa, hace posible y universaliza con su vida, su muerte y su resurrección.

    - ¿Qué puede aportar el cristianismo y la vivencia radical de la fe a ese nuevo humanismo que podría contrarrestar la banalidad?

    - Esperanza contra toda esperanza, confianza en las capacidades del ser humano, que tiene su razón de ser en Dios mismo, en el Espíritu de Dios, que se ha derramado sobre toda criatura. La fe cristiana es una especie de gramática para leer el momento actual como un momento de tránsito hacia una nueva situación. El cristianismo nos permite reafirmarnos en que la Historia no ha terminado, que no hay eterno retorno, sino futuro. Esto es lo principal, pero también puede aportar sensibilidad, orientaciones, llamadas a la compasión y la misericordia, reclamos de compromiso con los pobres, mística, energía, luz para descubrir el pecado del mundo… Me parece que el cristianismo vivo aporta todo esto, ¿podría decir esto mismo del cristianismo vivido? Sinceramente no sabría responder sin muchas matizaciones.

    - ¿Cómo deberíamos responder como cristianos a las críticas, a veces desmesuradas y otras acertadas, contra la Fe y la Iglesia? ¿Cómo afronta la jerarquía española el debate público sobre cuestiones polémicas?

    - Con discernimiento para saber cuáles son unas u otras. Las críticas acertadas nos ayudan a comprender nuestra propia verdad, como ya nos recordaba el Vaticano II. No podemos vivir alentados por la sospecha de que el cristianismo, la Fe, la Iglesia viven bajo la amenaza de «las maquinaciones de tenebrosas sectas», como muchas veces damos la impresión Una vez discernido, hay que reaccionar con mansedumbre, ante todas las críticas. Dialogar razonadamente, argumentando, defenderse de las críticas injustas sin soltar «coces» dialécticas, y finalmente a tiempo y a destiempo hay que dar testimonio. La vida de los cristianos y las cristianas, su historia, será lo que dé y quite verdad a las críticas. Luego, hay que aceptar las críticas como parte de esa cruz que siempre acompaña al seguimiento de Jesús. El cristianismo no tiene fácil acomodo en la sociedad. Tenemos que discernir si esas críticas provienen de nuestro modo de ser cristianos como un aguijón para nuestra sociedad o del cristianismo que aparece como una estructura más de poder.

    Las voces más mediáticamente representativas del episcopado español usan un talante y un lenguaje «zelota», de alguna manera se han echado al monte y esa no es la posición. No hay mansedumbre, se hace crítica propia de profetas de calamidades mientras que la profecía como apertura al futuro no aparece por ningún lado. Me pregunto muchas veces, también en relación conmigo mismo, si eso es lo que haría Jesús. También tengo que decir que otros miembros de la jerarquía más silenciosos discrepan en privado de esas posiciones públicas. La estructura del poder jerárquico en la Iglesia debe cambiar porque el pecado estructural ha podido cristalizar en ella. Me pesa expresarme así pero lo tengo que decir con la libertad que concede Dios a sus hijos e hijas.

    - ¿Cómo se puede vivir hoy el seguimiento de Jesús, desde la encarnación, la compasión, la cruz, la esperanza incondicional…?

    - Viviendo en nuestra sociedad, no añorando otras, viviendo nuestra condición, la que nos toca vivir. Repito mucho en mi parroquia y en mi comunidad: «¿Qué es lo que Jesús haría si estuviera en mi situación?» Jesús vivió su vida y no la nuestra. En sus circunstancias históricas y no en las nuestras. Parece obvio pero hay que recordarlo. Jesús no ha sido mujer, ni ciudadano del siglo XXI, tampoco jubilado, parado, esposo o esposa, padre o madre, abuelo o abuela, enfermo de cáncer, ni carmelita, ni jesuita, ni cura diocesano, ni consiliario de la HOAC, ni redactor de «Noticias Obreras»…, ¿cómo haría para ser el rostro de Dios en la Tierra y luchar por su Reino? Es algo que no está escrito en las estrellas, ni consignado en la Biblia, y como no hay teléfono rojo con Dios, hay que discernir.

    Además, hay que tener en cuenta algunas características: la encarnación de Jesús fue kenótica, no simplemente fue hacerse hombre, sino participar con todas las consecuencias en el destino de los pobres, los marginados, los pecadores, ponerse en contacto con ellos y trabajar por su liberación; la compasión y la misericordia deben repolitizarse, nos vamos deslizando últimamente hacia la beneficencia, olvidando las causas estructurales de la miseria en nuestro mundo; hay que asumir la cruz, que tiene que ver con la participación en el destino de los pobres, los marginados y los irrelevantes pero también con que como cristianos a veces nos sentimos ridículos; la «noche oscura», la falta de señales de Dios, su silencio, y la necesidad de percibir su presencia en su ausencia, que es algo que se nos olvida; y decía Walter Benjamín que la esperanza se nos ha dado en razón de los pobres, de aquellos que no se pueden permitir perder la esperanza porque se quedan sin nada, si estamos al servicio de lo pobres, como vicarios de Cristo, deberíamos ser capaces de insuflar esa esperanza en el mundo.

    - ¿Qué exigencias plantea una fe basada en la experiencia personal de encuentro con Dios para la catequesis y la formación de los cristianos? ¿Qué cambios habría que promover en las comunidades eclesiales?

    - Los catequistas deberán estar convencidos, como toda la Iglesia, de algo que a veces decimos pero no acabamos de creernos de todo, a saber: la presencia de Dios no depende de nosotros, sino de Él. Por lo tanto necesitamos no sólo gente que eduque la Fe, sino que inicie en la Fe, como encuentro con Dios, expertos en identificar los signos y señales de esa presencia en nuestra historia y en nuestras sociedades. Hay signos de la presencia de Dios que nos hacen trascender. Pero no hemos sido iniciados en la lectura de esos signos. Muchas veces nuestras iniciaciones religiosas tienen que ver con el fomento del sentimiento religioso, y el aprendizaje de unos códigos doctrinales y morales a los que la gente no hace mucho caso, entre otras cosas porque están en un lenguaje incomprensible para ellos. En la Iglesia deberían tener prioridad esos hombres y mujeres que son capaces de enseñarnos a manejar esa gramática. Y no parece que sea la prioridad pastoral. Debemos provocar el paso de un Dios que es idea a un Dios que está vivo, al que podemos encontrar, el paso de un sentimiento religioso  más o menos difuso a la experiencia del Encuentro con Dios. La presencia depende de él y el encuentro de nosotros y de Él. Él ya está presente y nosotros necesitamos esas destrezas para identificar su paso por nuestra propia historia y nuestra propia biografía. Aprovecho que la entrevista es en «Noticias Obreras para decir que la revisión de vida no solamente ha de servir para convertirnos en expertos en saber cuáles son nuestros pecados, sino también en descubrir la gracia que hay en nuestra historia, el paso de Dios, dónde está su bondad, su amor, aquello con lo que nos agracia. Si no, es muy difícil convertir la fe en experiencia y sin eso el futuro del cristianismo en Europa estará en peligro.

    - El cristiano no necesita solamente a Dios Padre y Hermano, cuenta con el Espíritu Santo. ¿Qué efectos ves que esté produciendo el Espíritu en personas, cristianos, Iglesias…? ¿Dónde están los profetas, los servidores…?

    - En la Iglesia de hoy prodríamos hablar, como en la Biblia, de profetas mayores y menores. Imagino que Casaldáliga, Jon Sobrino y otras gentes serán de los mayores. En nuestros barrios habrá, no tengo dudas, también profetas menores. Me siento muy reconfortado en mi fe cuando me llaman para que vaya a atender a esa gente que está en la frontera, trabajando con la marginación y resulta que son ellos los que fortalecen em mí, con sus vidas y sus modos de trabajar y de entregarse, olvidándose de sí mismos. Son portadores del Espíritu en nuestra Iglesia y en nuestros barrios. Como esos hombres y mujeres que llevan tantos años en la militancia, los viejos rockeros de la HOAC o la JOC, gente que ha vivido con una esperanza contra toda esperanza, aunque no sepan formular su fe y no escriban libros. Ellos son el primer discurso de la esperanza porque en ellos anida el Espíritu, o esa otra gente que en situaciones de desesperanza siguen entregándose a la gente, cuidando a los que tienen SIDA, a las mujeres maltratadas, a los sin techo, a los empobrecidos del mundo. Son los más numerosos y sin ellos, los profetas mayores serían sólo predicadores en el desierto. Debemos aprender de lo que tenemos al lado. Luego hay muchos cristianos, como yo, que no somos ni profetas mayores ni menores y tenemos que escucharles para convertirnos, para cambiar el modo aburguesado y mediocre de vivir la fe y forma cicatera de administrar la esperanza. Me parece que Dios nos ha regalado en el final del siglo XX y principios del XXI una nube de testigos de la Fe. A veces, testigos que no son cristianos o viven en la frontera, pero son señal inequívoca de que el Espíritu trabaja en el corazón humano, de que ese Espíritu hace de los hombres y mujeres servidores del Reino, profetas del futuro y críticos con el presente.

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Javier Vitoria autor del libro «No hay “territorio comanche” para Dios»

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