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Bitcóin, análisis de urgencia

20 febrero 2018 | Por

Bitcóin, análisis de urgencia

Enrique Lluch Frechina | Creo que todos hemos oído hablar del bitcóin últimamente. Se ha puesto de moda esta moneda virtual de la que la mayoría sabemos poco o nada. En estas breves líneas quiero hacer un análisis de urgencia sobre qué es una criptomoneda como el bitcóin y sus implicaciones en la construcción de una sociedad más justa.

Lo primero que hay que recordar es que el bitcóin es una moneda, es decir, un instrumento para facilitar los intercambios y un activo en el que se puede mantener la riqueza. Como toda moneda, es utilizada cuando cumple dos requisitos esenciales. El primero es que sea limitada, si se pueden emitir cantidades ilimitadas de una moneda esta no tendría valor ya que sería fácil conseguirla. Las grandes hiper-inflaciones (podemos recordar la alemana de entreguerras) se basan precisamente en una emisión elevada de papel moneda que reduce su valor. Una oferta limitada, es esencial, pues, para que una moneda sea considerada válida para los intercambios y el bitcóin la tiene. El segundo requisito es que se confíe en ella. Cuando todos confiamos en que a cambio de una moneda nos van a dar un bien o servicio es cuando esta funciona. Si los agentes económicos pierden la confianza en esa moneda, esta pierde valor y deja de ser utilizada como tal.

El bitcóin cumple con estas dos características que la hacen similar a cualquier otra moneda, ya sea una oficial de un país, una que se utilice tan solo en un grupo de trueque o una moneda local de las que han surgido últimamente. Ahora bien, el bitcóin tiene tres diferencias esenciales con respecto a otras monedas como puede ser el euro o el dólar: solamente funciona virtualmente a través de la red Internet, no ha sido emitida por ningún país ni organismo público y que puede subdividirse mucho para pagar bienes más baratos.

Que sea lo que se denomina una criptomoneda, es decir, un medio de pago digital, supone que solamente puede ser utilizado para los intercambios a través de la red digital y que está soportada por programas y protocolos informáticos que son quienes la hacen funcionar. En teoría esto garantiza el anonimato de quienes realizan los intercambios, aunque esto es cuestionable ya que para que funcione bien deben quedar grabadas todas las transacciones realizadas y, al menos teóricamente, estas se podrían rastrear.

La creación de los bitcoines nuevos no recae sobre ningún Estado. Esto hace que sean los que se denominan mineros quienes se hagan con los nuevos bitcoines creados. Estos mineros son personas o entidades que ponen su poder informático a través de unos programas especializados al servicio de la red bitcóin. Los mineros colaboran en el funcionamiento de la red bitcóin y pueden lograr algunos de los nuevos bitcoines que se emiten gracias a complicados cálculos informáticos que les permiten que esta se amplíe y siga funcionando. El atractivo del bitcóin es tal que aunque en un primer momento cualquier persona podía conseguir los bitcoines nuevos, en este momento, se precisa de grandes equipos informáticos para lograr nuevas monedas. Los mineros son ahora empresas especializadas con complejos programas informáticos que se dedican a esta lucrativa minería.

La última diferencia esencial es que así como las monedas de curso legal normalmente solo se dividen en céntimos (100 céntimos por cada moneda), los bitcoines pueden dividirse hasta en 8 cifras decimales y podrán dividirse más todavía si la limitación del número de bitcoines (que será de 21 millones cuando se acaben de emitir todos) hace que estos se revaloricen.

Dadas estas breves pinceladas sobre lo que es un bitcóin y cómo funciona, voy a analizar algunos interrogantes que plantean estas nuevas criptomonedas y, en concreto, el bitcóin. La primera es que se ha convertido en un activo financiero apetecible creándose una sobrevaloración del mismo en poco tiempo que tiene el aroma de ser una burbuja especulativa. Ha comenzado a cotizarse en Bolsa y si su precio era a principios de 2017 de algo más de 1.000 dólares, al comienzo de 2018 era de 15.000 dólares y había llegado a mitad de diciembre de 2017 a casi 20.000 dólares. Es evidente que esta evolución del precio del bitcóin no se debe a que se utilice mucho más en las compraventas mundiales, sino a un fenómeno especulativo de personas e instituciones que lo compran para obtener pingües beneficios negociando con ellos.

En segundo lugar hay que replantearse el anonimato en el que se realizan sus transacciones basado en que no está controlado por ningún estado. El anonimato beneficia, sobre todo, a aquellos que intentan eludir el pago de impuestos o a quienes realizan actividades delictivas. Todo el progreso que ha supuesto el control estatal de las monedas y la centralización de las mismas en unos estados fuertes, no solo para garantizar su valor de cambio, sino también para evitar que el poder económico que da la emisión de una moneda se utilice con fines contrarios al bien común, se evapora en esta clase de monedas. Se cercena el poder de recaudación de los estados y los intereses privados son quienes priman en ellas. El bien común y la organización social quedan así comprometidos. La convivencia que se basa en unas instituciones públicas que puedan garantizarla a través de unos mínimos necesarios para el funcionamiento de la sociedad, queda minada.

Si el bitcóin queda, finalmente, como un simple activo financiero con el que especular para intentar obtener beneficios con su compraventa, tendremos que meterlo en el saco de otros activos financieros y la sociedad deberá plantearse si queremos que esta clase de actividad especulativa se grave con tasas sobre el juego o si dejamos que se gane dinero a través de estas compraventas con unos impuestos menores a las ganancias que se logran a través del trabajo. Ahora bien, si esta u otra criptomoneda se generaliza como medio de pago, tendremos que lograr que esto no se haga a costa de lo común, que los intercambios con bitcóin contribuyan al desarrollo del gobierno colectivo y se garantice la transparencia necesaria para evitar que sean un espacio refugio de actividades delictivas o evasoras de impuestos. La legislación siempre va detrás de la realidad, pero es necesario que llegue para proteger los intereses comunes.

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