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A vueltas con el ahorro de las familias

19 julio 2017 | Por

A vueltas con el ahorro de las familias

Enrique Lluch Frechina | La tasa de ahorro ha vuelto a decrecer en nuestro país a niveles previos a la crisis, nuestra tasa es, además, baja en comparación con la media de la Unión Europea y con la de algunos de los países de la UE que son asimilables al nuestro en tamaño y renta per cápita.

En este artículo vamos a analizar algunas de las variables que inciden en que esta tasa de ahorro sea baja y además decreciente.

En primer lugar, hay que resaltar que los países más ricos tienen unas tasas de ahorro habitualmente más bajas. Para entender el por qué hay que recordar que las causas que llevan a que las personas aplacen su consumo actual para comprar cosas en el futuro (en esto consiste el ahorro) son tres principalmente:

La primera es la de prever posibles imprevistos futuros que hagan que se necesite más dinero del que se gana (un accidente, una enfermedad, quedarse sin trabajo…). La segunda es comprar un bien caro cuya adquisición no se puede afrontar con los ingresos mensuales. La tercera es invertir en un negocio o en unos estudios que aseguren unos ingresos futuros suficientes para vivir.

En una economía compleja y de buen funcionamiento (en líneas generales) como la nuestra, estas cuestiones están cubiertas por otros medios diferentes al ahorro lo que hace que las personas no se vean muy incentivadas a ahorrar en exceso. Los imprevistos están cubiertos por el Estado que ofrece pensiones a las personas mayores, a quienes caen enfermos o subsidios de desempleo a quienes se quedan en paro.

El sistema financiero complementa esta función pública de asesoramiento a través de seguros privados (que frecuentemente son obligatorios) por si hay un accidente de automóvil, nos roban o se quema nuestra casa u otras posibilidades. Este mismo sistema financiero también sirve para desincentivar el ahorro porque ofrece préstamos con un tipo de interés bajos y con grandes facilidades que hacen relativamente fácil y no excesivamente caro financiar la compra de un automóvil, de una casa o chalet, de un electrodoméstico, o invertir en un negocio o en un programa de estudios.

Pero no son estos los únicos elementos que ayudan a esta tendencia de los países más ricos a tener unas tasas de ahorro bajas. Nuestra sociedad en su conjunto transmite a las personas que vivimos en ella que el tener más es la manera de incrementar nuestro bienestar.

El negocio bancario se sustenta sobre todo en su capacidad de prestar y no en la de captar ahorros. Por ello, existe una presión publicitaria y societaria para que no aplacemos las compras para más adelante, sino que las financiemos y las disfrutemos hoy mismo. Se puede tener hoy más de lo que nos permiten nuestros ingresos, por lo que parece que no hacerlo así es perder las oportunidades que nos ofrece nuestro entorno y nuestra organización económica.

Dos aspectos más influyen en el nivel de ahorro. El primero es el nivel de ingresos percibidos. Cuando este es bajo, la capacidad de ahorro se ve mermada. Las personas con ingresos bajos tienen poca capacidad para guardar dinero para el futuro ya que tienen que gastarse todo o gran parte del que ingresan en atender las necesidades presentes. De hecho, cuando estos ingresos son muy bajos, puede suceder que las personas tengan que recurrir a sus ahorros anteriores para poder sobrevivir lo que produce un desahorro mientras esta situación se mantiene.

En segundo lugar están las expectativas económicas que tienen las personas. Cuando estas son malas, las familias están incentivadas a ahorrar por si las cosas van a peor. Pero cuando las cosas van bien y se cree que van a ir a mejor, el incentivo para un ahorro que prevea imprevistos se reduce y las familias consumen más.

En estos momentos se juntan varios elementos que llevan a que el ahorro se esté reduciendo. En primer lugar la crisis no ha servido para cambiar con la cultura del «tener más». La mentalidad continúa siendo la misma que previamente a la crisis y, aunque haya habido que articular sistemas de defensa ante una situación económica delicada para muchas personas (pero no para todas), la cultura económica se mantiene y se sigue pretendiendo que se produzca cada vez más para lo que se necesita también un consumo creciente.

Además de esto, a pesar de que se ha incrementado el empleo, los salarios no son excesivamente altos. Ello conjuga dos efectos que también empujan hacia el descenso del ahorro, la imposibilidad de ahorrar por no tener unos ingresos demasiado elevados y la mejora de las perspectivas económicas que puede llevar a un ambiente optimista en el que se piensa que no habrá problemas en un breve espacio de tiempo por lo que es innecesario ahorrar.

Por último, la laxa política monetaria que ha bajado los tipos de interés a niveles muy bajos y que hace que pedir prestado sea más barato que nunca, junto con una remuneración del ahorro en forma de intereses prácticamente nula, también incentivan a endeudarse más que a guardar unos ahorros por los que no se van a recibir intereses.

Cabría preguntarse si esto es positivo o negativo para la economía de nuestro país. Para España en su conjunto, una baja tasa de ahorro junto con un incremento del consumo privado (tal y como se está dando) tiene un efecto positivo para el crecimiento económico (como se está observando).

La producción se incrementa más que en otros países europeos gracias a que gastamos más que ellos y ahorramos menos. Este elemento positivo a corto plazo según una perspectiva de crecimiento económico, tiene un problema en cuanto a nuestra capacidad de inversión.

En la medida que tenemos menos ahorros, vamos a poder invertir menos y si queremos mantener el nivel inversor tendremos que recurrir a ahorros exteriores lo que puede deteriorar nuestro déficit exterior.

Aunque esto no sucede todavía, si la tendencia sigue en esta dirección, podría pasar en el futuro y reproducir alguno de los problemas económicos que ya teníamos antes de la crisis. Es decir, podría sucedernos otra vez lo que describe el refrán castellano como «pan de hoy y hambre para mañana». La reducción del ahorro compromete nuestra capacidad de invertir y, si esta conlleva un incremento elevado del endeudamiento, compromete un futuro en el que tendremos que devolver todo lo que hemos pedido prestado.

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