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In memoriam

16 abril 2017 | Por

In memoriam

Fernando Díaz Abajo | Al poco de llegar este número a tus manos estaremos celebrando la explosión de Vida que es la Pascua de Resurrección para los cristianos. ¡Cristo ha resucitado!, y la muerte –todas las muertes– han sido vencidas. La última palabra sobre nuestra vida la pronuncia Dios, y ésta es siempre una palabra de Vida y Esperanza, con mayúsculas.

Una Vida y una Esperanza que, antes, se han sembrado, para dar fruto y engendrar vida. No hay Resurrección sin pasar por la Cruz y la Pasión. No la hay sino traspasando y venciendo la propia muerte.

Sembrada para germinar en Vida resucitada fue la existencia de Antonio Suárez, antiguo y querido militante de Sevilla, de los primeros tiempos, ferroviario, comunista, militante, catequista, padre y esposo y, sobre todo, un hombre atrapado por el amor entrañable de Dios.

De él se decía en su despedida que ejerció de perdedor durante toda su vida, alineándose con los perdedores, aunque no perdió ningún tren, y ayudó a muchas y muchos a no desaprovechar las oportunidades que se nos presentan de arrimar el hombro para construir un mundo más justo y solidario.

La despedida de Antonio Suárez, que falleció el pasado 22 de diciembre, fue toda una invitación a tener esperanza en que otro mundo es posible y a que la Iglesia, como él decía, «no insista tanto en consolar a los afligidos y aflija a los que desconsuelan».

Dos días después, justo 94 años después de su bautismo, fallecía Antonia Berges, «Antoñita», que tuvo el privilegio de conocer la HOAC de la mano de Guillermo Rovirosa, a quien acompañó en el momento de su muerte, que siguió acompañando la vida de la HOAC de Madrid durante tantos años, incluso telefónicamente, cuando ya apenas salía de casa, y de toda la HOAC, que siempre estuvo presente en su oración. Otra vida sembrada, por amor.

En la Eucaristía de Acción de Gracias por su vida solo se oían motivos de gratitud –de quienes la conocían desde siempre, y de quienes la trataron al final– por la alegre y serena esperanza compartida y sembrada de una militante obrera, que fio toda su existencia a la misericordia entrañable de Dios.

Antoñita nos ha regalado su vida… y el pequeño crucifijo que llevaba en el bolso y ofreció a besar a Rovirosa cuando éste pidió uno en el momento de su muerte. Lo conservaba como un tesoro. Como un tesoro lo hemos recibido.

La HOAC se hace así: con hombres y mujeres buenos que se dejan sembrar por Dios. Así era Pepe Bueno, sacerdote, consiliario que se nos fue, sin hacer ruido, en Majadahonda, una semana antes de terminar el mes de enero: bueno de nombre y de corazón; de esos que nos dice el Evangelio que verán a Dios. Pepe lo vio a lo largo de su vida y ayudó a que lo vieran militantes y consiliarios de varias generaciones por tierras de Castilla. La última conversación con él fue un momento de gracia. Aunque ya la vista no le ayudaba a leer Noticias Obreras, a la que seguía suscrito, seguía utilizándolo para que quienes podían ver mejor se lo pudieran leer.

El 19 de febrero se iba definitivamente con el Padre nuestra hermana Amelia Peral, militante de Elche. Tenía 88 años. Era una mujer fuerte y con una vida repleta de experiencias que siempre vivió acercándose a Dios, bien para apoyarse en Él, bien para agradecerle cada día. Con una clara conciencia como mujer cristiana y obrera mantuvo su compromiso hoacista a lo largo de toda su vida. Vivió su militancia siempre desde la sencillez, desde lo que la vida le iba presentando: su familia, su equipo, sus vecinas, la parroquia… Amaba profundamente a la HOAC a la que perteneció siempre, y se enorgullecía de haber conocido a Rovirosa. Hasta que la enfermedad se lo impidió se reunía semanalmente con su equipo, y cuando no pudo hacer otra cosa, rezaba. Rezaba por nosotros, por sus hijos, por la HOAC, por los obreros… Amelia siempre rezaba y creía firmemente en la eficacia de su oración. Por eso la recordamos con una que nos enseñó y que nos hacía repetir en cada reunión:

Ven Espíritu Santo, renueva los corazones de tus fieles, enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía, Señor, tu Espíritu y se renovará la faz de la Tierra.

Gracias, Padre, por la vida de Amelia, de Pepe, de Antoñita, de Antonio, de tantos militantes fallecidos en el campo de honor del trabajo y de la lucha, que alfombran de esperanza el camino que ahora, con ellos, recorremos. ¡Hasta mañana en el altar, en la vida resucitada!

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