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Semana Santa: la lógica del don

12 abril 2017 | Por

Semana Santa: la lógica del don

Jesús Espeja | Si bien para muchos, Semana Santa es tiempo de vacaciones cortas pero sabrosas, al margen de toda celebración religiosa, para otros muchos, agrupados en cofradías, son días en que se manifiesta una religiosidad exuberante. Mientras, en las parroquias se celebran con devoción los oficios litúrgicos del triduo pascual.

Pero, en el fondo de estas conductas cabe formular un interrogante: ¿qué significado tiene para unos y otros la muerte y la resurrección de Jesús? Puede ser que algunos bautizados se desentiendan de la celebración religiosa, porque ya no les dice nada, que otros se queden solo en manifestaciones grandiosas de multitudes y de colorido. Pero, ¿qué sentido damos a nuestras celebraciones del triduo pascual en nuestras comunidades?

Casi de modo espontáneo, nos imaginamos una divinidad airada por nuestros pecados e interpretamos la muerte de Jesucristo como el precio para reparar ese honor ofendido. Pero ni siquiera nos fiamos de esa reparación y, por eso, imploramos una y otra vez: «perdón a tu pueblo, Señor, no estés eternamente enojado». Estamos funcionando con una imagen de la divinidad creada por nosotros, que cabe dentro de nuestras cabezas y, en consecuencia, es falsa. En vez de inspirar confianza, esa imagen de la divinidad infunde pánico y hace que vivamos como esclavos.

Interpretamos la muerte de Jesús en la lógica de la comercialización: muriendo en la cruz canceló la deuda que teníamos con Dios y la resurrección es como un milagro hecho por la divinidad para decirnos que el camino seguido por Jesús de Nazaret es el bueno. Así concluimos que lo fundamental en nuestra conducta es sufrir como Jesús para conseguir el cielo.

Esa visión de la divinidad nada tiene que ver con la revelación de Dios en Jesucristo: es Abba, ternura infinita; no sabe más que amar. ¿No hemos celebrado esta condición de Dios en el Año de la misericordia? Según la fe cristiana, es el Padre misericordioso quien, amándonos incluso cuando somos pecadores, en la conducta histórica de Jesucristo inspirada, nos abraza con amor y nos abre un camino de salvación o plena realización de nuestra humanidad.

En la última cena, simbolizando su vida y su muerte, Dios mismo se da como vida: «tomad y comed». Cuando Jesús curaba enfermos, comía con los pobres, y hacía suya la justa causa de los excluidos, el Dios de la vida estaba venciendo a la muerte. Y esa victoria se manifestó definitivamente cuando en la cruz entregando por amor la propia vida, la humanidad de Jesucristo fue totalmente permeable a la presencia de Dios capaz de dar vida a los muertos.

En la Semana Santa celebramos, no lo que nosotros pagamos a Dios para que nos perdone, sino el amor entrañable de Dios que nos ama incluso cuando somos pecadores. Celebramos un amor que precede con la lógica del don o gratuidad. Buen correctivo para nuestras vidas que fácilmente se deshumanizan en la lógica comercialista del mercado.

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