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La revolución silenciosa del papa Francisco

04 abril 2017 | Por

La revolución silenciosa del papa Francisco

Pepe Carmona, militante de la HOAC Orihuela-Alicante.

El pasado día 13 de marzo se cumplieron cuatro años de la elección como Papa del cardenal Jorge M. Bergoglio, para todos el papa Francisco. Con motivo del cuarto aniversario de su elección como Obispo de Roma se ha escrito mucho y de variado signo.

Desde el principio de su pontificado sabemos que en el interior de la Iglesia hay, junto a tanta gente que mira sus gestos y sus palabras con esperanza, grupos de presión que no cesan de poner impedimentos a su tarea pastoral y a cualquier posicionamiento aperturista en el sentido de, sin renunciar a la ortodoxia, hacer primar la misericordia sobre el rigorismo. Esta situación, esperanza en mucha gente y trabas por parte de grupos minoritarios pero muy poderosos, es algo conocido.

Sí queremos pararnos a reflexionar sobre dos grupos de personas que, tanto al interior como fuera de la Iglesia, creen que el Papa va muy despacio en sus reformas o, por el contrario, creen que todo se trata de un «postureo» de cara a la galería pero que, en el fondo, todo sigue igual.

Aunque ambas posturas se dan dentro como fuera de la Iglesia, es más fácil identificar el grupo de los descontentos por la lentitud en ambientes eclesiales. Los escépticos suelen encontrase más bien fuera de esos ámbitos. A los que se quejan de lentitud, tal vez sería adecuado recordarles que los tiempos de Dios no son los nuestros. Y a los que creen que en las actitudes de Francisco no hay más que una simple operación de de marketing, como la mayoría se mueven en ambientes laicos, no estaría de más recordarles que una cosa es el dogma y otra muy distinta la pastoral de la misericordia.

Esta es en la que Francisco se quiere apoyar para introducir cambios en la disciplina eclesiástica que permitan, sin renunciar a la verdad del Evangelio, una actitud más acogedora con colectivos hasta ahora no suficientemente comprendidos en la Iglesia en razón de sus tendencias sexuales o de estado de vida. En definitiva de la acogida y el trato pastoral en la Iglesia a los homosexuales o a los divorciados y vueltos a casar civilmente.

Quienes piensen que la Iglesia va a modificar, desde la óptica de la ortodoxia, su posición teológica sobre al aborto o el divorcio como se ha podido leer a más de un comentarista laico a raíz del cuarto aniversario del pontificado de Francisco, demuestran que no conocen nada de la misma.

Para los impacientes, y a ellos va dirigida especialmente esta reflexión, bueno será hacerles caer en la cuenta de que Francisco desde el inicio de su pontificado ha venido insistiendo en una idea que, de plasmarse definitivamente en la vida de la Iglesia, supondrá un cambio de imprevisibles resultados.

En su Exhortación Apostólica La alegría del Evangelio, Francisco insiste hasta cuatro veces en una idea que podríamos resumir en una sola palabra «descentralización».

La primera es en el punto 16 de la exhortación, donde leemos literalmente «tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido percibo la necesidad de avanzar en una saludable descentralización».

En el punto 32, dedicado a la necesidad de conversión del papado en el contexto global de la renovación eclesial, nos dirá que «una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera».

Abundará en la misma idea en el punto 51 cuando nos dice que «no es función del Papa ofrecer un análisis detallado y completo sobre la realidad contemporánea, pero aliento a todas las comunidades a una siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos».

Y finalmente en el punto 184, inmerso en la cuarta parte de la exhortación donde Francisco trata de explicar la dimensión social de la evangelización, nos dirá que «ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos. Puedo repetir aquí lo que lúcidamente indicaba Pablo VI: “Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal. No es este nuestro propósito ni tampoco nuestra misión. Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país”».

Podemos resumir lo que el Papa nos quiere transmitir en la siguiente frase: Se debe avanzar en una saludable descentralización porque lo contrario complica la vida y la dinámica misionera de la Iglesia; desde esa dinámica misionera, las comunidades han de estar en un constante estudio de los signos de los tiempos, analizando con objetividad sus propias situaciones.

Esta frase que resume las cuatro citas de La alegría del Evangelionos ponen en situación de comprender por qué afirmábamos antes que, de plasmarse la idea de Francisco, estaríamos a las puertas de una revolución en la Iglesia.

Porque Francisco quiere recuperar la tradición tímidamente iniciada por Pablo VI al instituir el Sínodo de Obispos y que los pontificados posteriores cortaron de raíz volviendo a un centralismo que complicaba la dinámica misionera de la Iglesia.

Francisco ha querido iniciar su magisterio recuperando la sinodalidad, y prueba de ello han sido los dos sínodos, uno extraordinario en 2014 y otro ordinario en 2015, dedicados al tema de la familia en la comunidad eclesial y en el mundo.

Y además el Papa ha publicado una exhortación postsinodal, la Exhortación Apostólica La alegría del Evangelio, que, como dice el propio Francisco en el punto 4 de la misma, ha querido «recoger las aportaciones de los dos recientes sínodos sobre la familia…», y por primera vez en la historia viene acompañada de una consulta por partida doble a todo el pueblo de Dios, a toda la Iglesia.

No hace falta ser una lumbrera para intuir que si se profundiza en la descentralización, potenciando la colegialidad episcopal, la sinodalidad y la consulta a toda la Iglesia, estaremos ante una revolución de signo copernicano. Y además sin ruido, de una forma discreta y silenciosa.

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