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César Rendueles: «Hay que cuestionar la capacidad del mercado para definir el trabajo»

25 abril 2016 | Por

César Rendueles: «Hay que cuestionar la capacidad del mercado para definir el trabajo»

José Luis PalaciosAutor de «Capitalismo canalla». Criado en Asturias pero afincado en Madrid, ejerce de filósofo en el Departamento de Teoría Sociológica de la Complutense. La lectura siempre nutrió su activismo social y cultural y con ese profundo conocimiento de las tradiciones revolucionarias, ha escrito dos ensayos en los que cuestiona la utopía tecnocapitalista en busca de alternativas de futuro.

En «Sociofobia», nos prevenía del riesgo de poner en manos de personas a las que no les gusta la gente las vidas de la gente y de la utopía digital impulsada por sospechosos gurús tecnológicos… En este libro, además, ajusta cuentas con los revolucionarios profesionales de la historia…

Mi generación ha mantenido una relación extraña con el activismo político fruto de una derrota tras otra. Somos los que hemos vivido el declive de la cultura de la transición en primera persona. La parte positiva de esa vivencia tan amarga es una cierta capacidad de evaluar con distancia el modelo del revolucionario profesional, casi siempre hombre, con una mirada casi «olímpica» sobre quienes no se comprometían tanto. Tal vez se pueda rescatar de todo aquello la necesidad de construir un activismo, una herramienta de intervención política, más amable con la vida, más cercana al mundo de los cuidados, menos parecida a un trabajo. Eso de los «atletas» de la revolución, en el fondo, está al alcance de muy pocos.

Afirma que «hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado con una visión delirante de la realidad social» y que además «hicimos lo posible por vivir como ellos»… ¿Por qué cree que ha sido posible?

No es tanto un fracaso como una derrota. Los neoliberales, algunos de ellos, están demostrando una habilidad política, comunicativa, publicitaria, ideológica, muy grande. También hay que pensar que es más fácil destruir que construir. Construir es más complicado, siempre está la amenaza de que un gorrón rompa la confianza. El amor, la cooperación se fundan en compromisos y normas que requieren tiempo, a largo plazo. Se sedimentan poco a poco, a veces, incluso a través de generaciones. Son procesos e instituciones que heredamos de nuestros padres y transmitimos a nuestros hijos y que se asientan en nuestros corazones y en nuestra manera de actuar. Una vez que se destruyen, cuando impera el corto plazo, el miedo lleva todas las de ganar. Es más racional desconfiar cuando no tienes ninguna conciencia de que sea mejor lo contrario.

 Advierte que el liberalismo acabó con las esperanzas de democratizar la empresa y la economía, pero que pudo no haber pasado así…

Es muy importante volver a elaborar el relato fin de los estados del bienestar y rescatar el espíritu del 45, que dice Ken Loach. La crítica contracultural anti-institucional del 68 tenía parte de razón, por la burocratización de los proyectos, a veces, autoritarios, que se basaban en algunos casos en concesiones excesivas al capital y al mercado. Hubo una bifurcación histórica, había otra alternativa a lo que pasó finalmente. La profundización de la democratización no fracasó sino que fue derrotada, políticamente a veces y militarmente otras. Esos 30 años gloriosos no son un punto de llegada que fracasó, sino un punto de partida. Fueron la salida al caos de entreguerras, a la gran crisis del capitalismo. ¿Por qué no se puede repetir? Es un camino que tiene dificultades, pero se puede repetir, tal vez, no en los mismos términos, pero es una buena base para construir procesos más profundos de democratización.

¿Qué responsabilidad tienen las organizaciones de trabajadores en el hecho de que el mundo laboral se haya convertido en un ámbito donde «abundan los yonkis de la jerarquía»?

Es lo que yo he vivido y lo que vive mucha gente. El trabajo se te mete en los huesos y te transforma. Es lo que nos pasa en las carreteras. Uno entra en el coche y se transforma. Hay muy poca gente que se comporte al volante como en su vida cotidiana, nos convertimos en psicópatas que despreciamos la vida propia y la ajena, adoptamos conductas de riesgo asombrosas. Con el mundo del trabajo pasa algo similar, nos arrojan a un campo de batalla donde nos comportamos de una manera muy diferente a lo que hacemos en otros ámbitos. No tiene por qué ser así y hay sociedades donde hay contextos normativos más amigables. El sindicalismo en España fue el principal polo de resistencia del neoliberalismo durante los años 80. He hecho inmensas críticas a los sindicatos y hay que seguir haciéndolas. Pero quienes se opusieron a las políticas mercantilizadoras del PSOE fueron CCOO y UGT. Nadie más lo hizo, porque no querían o porque no tenían esa fuerza que sí tenían los sindicatos. A principios de los 90 el movimiento sindical fue derrotado y desde entonces el sindicalismo mayoritario viene gestionándolo. Lo cierto es que necesitamos movimientos sociales y movimientos políticos que se atrevan a intervenir en el ámbito laboral, porque en el ciclo político que estamos viviendo no está pasando. Ese cambio se ha quedado a las puertas de los centros de trabajo y eso es un lastre terrible que limita las expectativas de cambio social y político.

«El trabajo se ha convertido en una experiencia quebrada, un eslabón de la cadena cuyo sentido final somos incapaces de percibir, tal vez porque no existe», escribe en su libro…

A veces se oyen críticas maximalistas en contra del trabajo, no solo del asalariado, en la línea del derecho a la pereza y el ocio. No me identifico con eso. El trabajo es una realidad muy rica. Llamamos trabajo realidades muy diferentes. A mí me gusta mucho dar clases y me siento muy realizado. También hay trabajos atroces, por muchas razones. Lo que debemos cuestionar la capacidad del mercado para definir lo que es el trabajo, cómo debe ser tratado, qué valoración merece. Esto es lo que nos impide pensar el trabajo como un ámbito de realización e incluso de emancipación. ¿Por qué hemos entregado al mercado, una institución competitiva no deliberativa e individualista, la capacidad para determinar esas cuestiones? Hay cosas que llamamos trabajo que no deberían existir, como la especulación, otras cosas a las que no llamamos así porque no están remunerados, como el trabajo reproductivo y de cuidado, y otras tan desagradables que deberíamos repartírnoslas de forma obligatoria y equitativa.

¿Crees que las tradiciones religiosas pueden aportar una visión no materialista y más humana en la lucha por un mundo mejor, a pesar de la ambivalencia de la historia de las religiones?

En los últimos años, se está cuestionando ese ateísmo craso, bastante intrascendente, curiosamente a través de personas que se declaran ateas, como Terry Eagleton, que en su último libro se siente obligado, desde su ateísmo, a defender esas tradiciones religiosas frente a ese ateísmo supuestamente materialista, y en el fondo, bastante majadero, de Dwakins y compañía. Este ciclo emerge en Latinoamérica cuando declinan las tradiciones de izquierdas más vinculadas a la lucha armada y la militancia más intensa y atlética. Aparecen organizaciones vinculadas al indigenismo, con otros valores diferentes al de la militancia tradicional. Empezó a principios de siglo y al final ha desembocado en Europa y Occidente. A veces, desde la teología de la liberación, otras no. Estas cuestiones hoy se viven con menos ansiedad por la izquierda de lo que se vivía hace años. Se acepta como una opción vital y existencial perfectamente respetable, localizable y amigable.

Pero más allá de la manera de hacer frente a las concepciones hegemónicas del mundo de las religiones, quisiera rescatar lo que tiene que ver con los instrumentos institucionales que las tradiciones religiosas han cuidado siempre mucho. Esa necesidad de compromiso permanente que no resida solo en la preferencia y en la elección, en cierto hedonismo, como si fuera una forma de autorrealización personal que puede desaparecer cuando uno quiera. Aprecio mucho el compromiso como una forma de vida, como forma de relacionarte con los demás, a largo plazo, que tiene que ver con una herencia recibida y un legado que transmitir. Es una herencia muy importante de con efectos perversos a veces pero con otros muy positivos sin los cuales es muy difícil pensar en la transformación política.

«Nada resulta tan subversivo y repugnante para el capitalismo posmoderno como los intentos de construir nuevos proyectos sociales a partir de lo que somos y siempre hemos sido: hijos, madres, novios, vecinos, amigos, compañeros». ¿Este es el reto?

No es solo que tengamos que darle importancia, porque cuando se invisibiliza este aspecto se genera sufrimiento. Los bebés, los ancianos, nosotros mismos cuando nos cuidamos y somos cuidados, tenemos esa capacidad para cuestionar las estructuras sociales y políticas recibidas. Esto implica un cambio de mentalidad muy fuerte también para la tradición de izquierda. Los cuidados tienen esa capacidad revolucionaria. Es algo que hace saltar por los aires el mundo del trabajo y muestra la necesidad de transformarlo de arriba abajo. Cuando se discute por qué hay pocas mujeres en el ámbito de la investigación científica más puntera, por ejemplo, está claro que hay razones que lo explican como el machismo imperante. Pero también con que hay mujeres que no desean asumir las exigencias disparatadas de tiempo y dedicación que exigen esos ámbitos tal y como están concebidos hoy. Nos están diciendo que tenemos que transformar esos ámbitos para que sean más amigables.

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