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Marcela Lagarde: «El feminismo quiere construir una sociedad en la que hacer vivible la vida»

08 marzo 2016 | Por

Marcela Lagarde: «El feminismo quiere construir una sociedad en la que hacer vivible la vida»

Ester CalderónMarcela Lagarde y de los Ríos es una de las grandes maestras vivas del feminismo. Principal referente de Latinoamérica, ha sido capaz de combinar una ingente producción teórica, con la dura empresa de poner en práctica lo teorizado. Muchos de los conceptos manejados actualmente por el movimiento feminista han sido creados o resignificados por Lagarde, como el de sororidad, feminicidio o empoderamiento. Como antropóloga, ha recorrido el mundo estudiando las diferentes culturas patriarcales, investigaciones que se han traducido en numerosos libros, así como en su tesis doctoral Los cautiverios de las mujeres.

En 2003 fue elegida diputada del Congreso mejicano por el Partido de la Revolución Democrática. Logró la creación de una «Comisión Especial sobre Feminicidio» en el hemiciclo para investigar el asesinato de mujeres en Ciudad Juárez y dirigió una investigación sobre este tipo de violencia que determinó que el feminicidio se daba en todo el país y no solo en esa ciudad.

Promovió la penalización del delito de feminicidio en el Código Penal y la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Cuenta que toda esa experiencia de negociación con representantes del resto de partidos políticos, le ayudó a deshacerse del sectarismo que arrastraba, a buscar más lo que une que lo que separa.

«Los crímenes contra las mujeres y las niñas se producen en espacios que toleran y fomentan la violencia y, además, que cuentan con la impunidad y la tolerancia del propio Estado. Todo esto genera una situación de injusticia, porque las víctimas no tienen acceso a la denuncia y carecen de la consecuente protección», asegura.

Marcela viaja mucho y habitualmente es invitada a dar conferencias por cada rincón de la geografía española. En la última de sus visitas a Valencia tuvo la deferencia de concedernos una entrevista para Noticias Obreras.

Has dicho en varias ocasiones que el feminismo en sus orígenes quería igualar la mujer al hombre, pero que ha ido evolucionando, ¿hacia dónde?

Lo primero que reivindicaron las feministas, como dices, fue igualarse a los hombres. Poder votar y ser elegidas. Fue en un contexto muy complejo en el que eran víctimas de persecución política, por ser feministas y por exigir derechos para las mujeres. Ese fue el caso de Olympe de Gouges y sus colegas que fueron perseguidas en Francia porque decidieron no guardar silencio y sacar un manifiesto: «La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana», una réplica de la de los derechos del hombre. La represión fue tan grave (a varias de ellas las guillotinaron) que, 40 años después, resurgió el feminismo en Inglaterra, Estados Unidos y América Latina, pero no en Francia.

En ese proceso las feministas fueron logrando derechos específicos para las mujeres, como el del sufragio. También el acceso a la educación, reivindicación capitaneada por Mary Wollstonecraft. Se propusieron hacer una revolución con métodos democráticos, cambiando las leyes, trabajando por los derechos políticos plenos.

Pero poco a poco fueron creando una crítica del orden establecido, de tal manera que ahora ya no tenemos al hombre como paradigma, porque no se trata de una igualdad que nos asemeje, sino que nos haga equivalentes. La equidad quiere decir que se haga justicia, un concepto añadido a todas las igualdades posibles (de oportunidades o ante la ley).

¿Cómo definirías entonces hoy el feminismo?

Como un movimiento transformador que pone en el centro los derechos humanos, que quiere construir un tipo de sociedad en la que hacer vivible la vida, edificar unas relaciones de convivencia de mujeres y hombres sin supremacía ni opresión.

Dicho de otro modo, se trata de una revolución radical, porque pretende trastocar el orden del mundo patriarcal, derribar sus estructuras, desmantelar sus relaciones jerárquicas y construir un nicho social que acoja a todos los sujetos en condiciones de equiparación.

«Todas las personas nacen libres e iguales entre sí», es el primero de los derechos humanos. Desde la perspectiva de cualquier desigualdad, no solo de género. Las feministas tenemos una visión integral del mundo. Nos interesa todo aquello que configure ese nuevo modelo.

¿Cómo de importante para ello es la educación?

Todavía vamos a las aulas a estudiar una visión androcéntrica del mundo. No hay historia de las mujeres, están borradas. No hay análisis sociológicos que las incluyan y eso hay que cambiarlo. Hemos de apostar por una educación que sea incluyente, democrática y que revele el papel de las mujeres en la Historia. En la generación a la que pertenezco, hemos sido las académicas las creadoras de áreas de estudio sobre la mujer o de estudios feministas.

Las mujeres hemos recorrido un camino de incorporación al mundo del trabajo, pero hemos caído en la trampa de la doble jornada.

Se nos olvida que antes de la era industrial, muchas mujeres ya trabajaban. Fue después de la Revolución Francesa, cuando el orden burgués guardó a las mujeres en el ámbito privado, les asignó la responsabilidad de la familia, las especializó en la maternidad y las sacó de lo público. Ese orden laboral burgués se cimentó en una división sexual del trabajo.

Las feministas entonces entendieron que la salida era salir a lo público, tener salario, ingresos propios, recursos, tener derechos laborales como cualquier trabajador. La apuesta era por que se estableciera esa incorporación de las mujeres y se trasladara a lo público la reproducción de la vida cotidiana. Pero en la práctica, efectivamente, lo que quedó fue el modelo de la doble jornada.

En Europa se ha tratado de impulsar reformas que van en ese sentido. En el caso de España tenéis algunas leyes que están bien planteadas, aunque no acabadas de desarrollar en su amplitud. Es el caso de la Ley de dependencia o la de igualdad, que incluye medidas para avanzar hacia la corresponsabilidad entre mujeres y hombres, para hacer efectiva una conciliación entre la vida pública-laboral y la vida personal-familiar.

Desde luego, en esta propuesta hay una defensa de lo público en la satisfacción de necesidades, cosa que la derecha conservadora no acepta. Lo que quiere es disminuir al Estado y no apoyar ningún desarrollo público del trabajo doméstico del cuidado, sino que cada quién se arregle.

Marcela Lagarde considera que solo podremos conformar ese nuevo orden si trabajamos todos juntos, hombres y mujeres. Que ellos tendrán que empezar a asumir que ocuparse de la casa y del cuidado de menores, personas enfermas y ancianas también es su responsabilidad. Asegura que, aunque el feminismo comienza a tener seguidores, necesitamos que hagan de la igualdad su causa.

Según Lagarde

El empoderamiento implica autonomía, transformación de las relaciones de género y libertad. Es un proceso subjetivo y colectivo a la vez que permite a cada mujer, o colectivo de mujeres, enfrentar formas de opresión presentes en sus vidas. Desde esta perspectiva, conlleva un componente de acción política.

La sororidad, que viene de latín sor, hermana, define una relación paritaria y de hermandad entre iguales. Supone crear alianzas entre mujeres sin pretender un acuerdo único, sin exigir un pensamiento único, reconociendo y asumiendo las diferencias desde el respeto. Es experiencial, la vamos construyendo poco a poco, reconociendo la autoridad de otras mujeres, sin sentir por ello demérito propio. El sentido de la sororidad es el de propiciar mejores condiciones de vida para las mujeres, a través de la solidaridad entre ellas.

 Feminicide fue un término utilizado por primera vez por Diana Russell en 1976 ante el Tribunal Internacional sobre los Crímenes contra la Mujer en Bruselas. Marcela lo castellanizó y añadió al feminicidio un significado político, aludiendo a la falta de responsabilidad de los Estados para atajarlo, lo que favorecía la impunidad. El Estado tiene que velar por la protección de las mujeres ante la violencia de género y debe garantizar su libertad y su vida. La ausencia de castigo a los asesinos, lo coloca como «cómplice». Alimentado por la desigualdad, Lagarde asocia el feminicidio a la cosificación del cuerpo de las mujeres, que las vacía de sus derechos como «humanas».

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