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Situación laboral de las mujeres. Empleo precario y desigual reparto del trabajo

02 marzo 2016 | Por

Situación laboral de las mujeres. Empleo precario y desigual reparto del trabajo

Reflexión aportada por el Secretariado diocesano de Pastoral Obrera de Orihuela-Alicante*.

«Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos» —Papa Francisco (Evangelii gaudium, 212).

Para formar parte de las estadísticas de paro registrado, primero tienes que haberte inscrito en una oficina del SERVEF. Actualmente, siguen siendo muchas las mujeres que no están contabilizadas, bien porque trabajan en casa o bien porque han perdido toda esperanza de encontrar un empleo y han abandonado la búsqueda activa. Aun así, la tasa de desempleo femenino, al cierre de 2015, ha subido en la Comunidad Valenciana hasta el 55,60%.

Si nos atenemos a las condiciones generalizadas del tipo de empleo, destacan como principales características: la precariedad y la sobreexplotación. La precariedad, en términos comparativos, se mide en que las mujeres cobran un 32% menos que los hombres, en que tienen mayor riesgo de pobreza (el 21,6%) o en que asumen el 74% del trabajo a tiempo parcial, alegando no haber podido encontrar uno a jornada completa.

La sobreexplotación viene referida a que, a esa situación de desigualdad en el mundo laboral, se le suma la casi total responsabilidad en el desempeño de las tareas domésticas y de cuidados. Son las mujeres las que cogen las excedencias por cuidado de menores (96%), por cuidado de familiares (85%) y los permisos por maternidad (98,6%). El tiempo medio dedicado a las tareas del hogar supera las cuatro horas diarias en el caso de las mujeres y no llega a las dos en el de los hombres.

Son algunos datos que nos aproximan a la radiografía de la mayoría de las mujeres valencianas, que, además, han visto deteriorada su situación fruto de la crisis, ya que el primer empleo que se pierde es el temporal y precario, de la reforma laboral y de la regresión cultural que las ha devuelto, a muchas de ellas, a casa. Este retrato no debe ser leído como un cúmulo de despropósitos, ni siquiera como el resultado de la «mala suerte». Hemos de comprender por qué nos pasa lo que nos pasa y para ello me remitiré un siglo atrás para esbozaros algunas pinceladas.

Aquel pacto de caballeros

El pacto social sobre el que se asientan las sociedades modernas de la Europa occidental se construyó con total ausencia de las mujeres. Configuró un sistema económico basado en la escisión entre el ámbito público y el privado, atravesado por la división sexual del trabajo.

El mercado se estructuró desde el «ideal» de un trabajador (hombre) sin cargas ni responsabilidades, sin problemas de horario, con plena dedicación para el empleo productivo. Desde esa concepción se modeló la identidad masculina, como un sujeto autosuficiente, hecho a sí mismo para sí mismo, cuyo reconocimiento social estaba en proporción a su valor en el mercado.

La parte invisibilizada de ese pacto es la de un sujeto femenino que tiene como misión principal la de cubrir las demás necesidades de ese trabajador, para que no haya ningún obstáculo para el mercado. Eso incluye las propias y también aquellas otras de cuidado y atención familiar de las que el trabajador no se responsabiliza. A cambio, el capital se comprometía a contribuir con un salario suficiente para atender a toda la unidad familiar y a unos impuestos que proporcionasen servicios públicos y protección social.

La estrategia que las mujeres escogieron mayoritariamente para romper con esa situación de desigualdad fue la emancipación a través del empleo. Pero el acceso se dio de forma masiva cuando el propio mercado laboral se estaba deteriorando y las conquistas del movimiento obrero se estaban perdiendo. El pacto keynesiano, con la connivencia del poder político, se había roto. El resultado para las mujeres fue lo que conocemos como la «doble jornada»: empleo precario fuera de casa y principal encargada del de casa, con «ayuda», en el mejor de los casos, de sus parejas.

El movimiento feminista, que inicialmente se centró en reivindicar la conciliación entre la vida personal y laboral, se va dando cuenta de que en realidad se trata de una trampa. Ese tipo de políticas hacen posible que parezca que el sistema avanza en igualdad, pero en el fondo nada cambia. Los datos demuestran que son las mujeres las que concilian, las que hacen virguerías para cuidar a sus criaturas y a las personas mayores dependientes, sacando tiempo para limpiar, ir a comprar, ayudar con los deberes…

Frente al discurso de la conciliación el de la corresponsabilidad, que supone compartir, en el ámbito privado, las tareas entre hombres y mujeres en los hogares y, en el ámbito público, entre los hogares y el Estado. Esto implica, por una parte, desprivatizar el cuidado, sacándolo de lo doméstico y ampliando la responsabilidad a lo público. Y por otra, desfeminizarlo, construyendo relaciones horizontales y democráticas en los hogares, lo que supone una pérdida de privilegios masculinos.

Pero estos cambios serán claramente insuficientes hasta que no seamos capaces de cuestionar el sistema productivo que nos concibe como champiñones sin cargas familiares, hasta que no humanicemos el trabajo y reduzcamos la jornada para dedicar tiempo a trabajos no mercantiles que también son imprescindibles. Mientras tanto, la precariedad seguirá cebándose en las mujeres y la maternidad seguirá castigada laboralmente.

Como militantes cristianos y cristianas estamos llamados a construir la igualdad desde la concepción evangélica, no como tabla rasa, sino desde la asimetría que busca el hacer justicia, el revertir las formas heredadas de opresión. Aprovechemos esta fecha para reflexionar sobre la vivencia de cada uno y de cada una, en nuestros hogares y en el compromiso político para avanzar efectivamente hacia la igualdad.

«Hoy, 8 de marzo, ¡un saludo a todas las mujeres! A todas las mujeres que cada día tratan de construir una sociedad más humana y acogedora. Y también un gracias fraterno a las que de mil maneras testimonian el Evangelio y trabajan en la Iglesia.»

—Papa Francisco. Ángelus, 8 de marzo de 2015.

***

Para ti, mujer abnegada, mujer trabajadora
Para ti mujer, va hoy esta flor y mi canción
Para ti, dulce, tenaz y sacrificada luchadora
Para ti, todo mi respeto y toda mi admiración
Los diarios nos mencionan a mujeres famosas
Nombres grabados a fuego y oro en la historia
Cantan loas a sus logros, a sus grandes cosas
Nos hablan de sus virtudes y de sus memorias
Pero yo quiero cantarte a ti, silenciosa luchadora
Que te levantas la primera, al atisbar los rayos del sol
Mujer de mil nombres, de mil caras, de mil horas
Compañera en la lucha y con tiempo aun para el amor
A ti, que día tras día vas al hospital, a la oficina
Al campo, a la fábrica, a la calle, al mundo a remar
A ti, que aunque llegas a casa extenuada, rendida
Todavía guardas una sonrisa y reservas para amar
Me viene este canto de lo más profundo de la vida
Acumulado estaba el homenaje a tan maravilloso ser
Muchos versos había escrito, pero a ti te lo debía
Madre, hermana, esposa, hija, compañera… mujer.

 

***

*Todos los datos han sido extraídos de la Encuesta de Condiciones de Vida de la Comunidad Valenciana y del Instituto Nacional de Estadística.

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