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Fernando León de Aranoa, «Un día perfecto»

21 agosto 2015 | Por

Fernando León de Aranoa, «Un día perfecto»

Iñaki Lancelot y José Luis Palacios | Fernando León ha construido una vigorosa carrera como realizador iniciada en 1997, «Familia». Su evolución posterior le configura como el gran director español del cine social actual. Le entrevistamos días antes del estreno de «Un día perfecto», en el que seguimos durante veinticuatro horas a unos trabajadores humanitarios en plena guerra de Bosnia, en la década de los 90.

—¿Cuáles son las posibilidades de hacer cine en el entorno económico actual y cuál es su experiencia particular?
—Tengo suerte porque los socios con los que trabajo me dejan hacer las películas que quiero. El sistema de financiación y producción está cambiando cada día y es difícil saber hacia dónde va. Se citan nuevas posibilidades como el mecenazgo, por ejemplo, pero no hay un modelo aceptado que sustituya al que se está desmantelando. Vivimos un momento de confusión.

—¿Dirigir cine es para usted un asunto personal?
—Por un lado hay un factor vocacional que me lleva a meterme en el lío de realizar una película. Son dos o tres años de trabajo y mucho riesgo económico para todos los que intervenimos. Es un trabajo muy duro que hago con gusto, pero eligiendo temas que me interesan. Temas a los que necesito tener mucho enganche. Si fuera por sobrevivir, podría centrarme en escribir guiones. Porque dirigir implica el esfuerzo de hablar, pensar y escribir sobre la cuestión durante unos años.

—Tras su primera película, «Familia», que tanteaba afectos familiares, llegaron «Barrio», crónica de adolescentes en el extrarradio madrileño de los 90 y «Los lunes al sol», acerca del desempleo. ¿Hace cine social?
—No lo he de decir yo. Hace poco, me preguntaron si sentía el deber de hacer estas películas. Siento el enorme placer de hacerlas, tengo el interés y lo disfruto porque me permite aprender. Si para «Los Lunes al sol» fui siete veces a los astilleros de La Naval en Gijón, fue por mi propio deseo. No hacía falta ir tanto pero creo que ello se transmite al espectador. Mi primera motivación es sentir curiosidad y apasionarme por las historias. En mis trabajos con la gente de las organizaciones humanitarias me fascinaba su rutina. Y me gusta colaborar con ellas, además, cuando me lo piden.

—«Los lunes al sol», fue un gran éxito, superando los dos millones de euros de recaudación y recibiendo la Kontxa de oro en San Sebastián 2002, y Goyas a la mejor película y para sus tres actores Javier Bardem, Luis Tosar y José Ángel Egido. Mantuvo, en «Princesas», su enfoque hacia mundos como la prostitución protagonizada por una Candela Peña estelar y en «Amador», ya en 2010, un intimista relato sobre la convivencia entre migrantes y ancianos. ¿Su vocación es valerse de la ficción como estrategia para reflejar la realidad?
—Ficción y realidad son inseparables. Usar solo la estrategia seguro que sale mal. No puedes pensar solo en llevar a la gente donde tú quieres. Eso sería más propio de los activistas. Y no es que yo no esté de acuerdo con ellos. Al contrario, me gusta el activismo y lo veo necesario. De hecho, he realizado documentales. Pero aprecio también el interés por la ficción, por contar historias que lleguen a los demás. La primera conexión con el espectador tiene que ser emocional, tiene que llegarle la propia historia, y no el discurso. Me gusta la ficción, y también la realidad en sí misma es maravillosa. Además, siempre hay cosas que invento. Los argumentos me vienen de distintos orígenes, de esa realidad que me fascina, y de la elaboración de una trama a partir de la idea inicial. Le doy vueltas a la manera de contar, para encontrar detalles que multipliquen el interés inicial. Ese proceso me gusta, el de fabular a partir de la realidad mientras desarrollo una historia.

—Su sexto largo transcurre en Bosnia y sorprende encontrar en los créditos finales que ha sido rodada en España.
—Eso quiere decir que el trabajo de localización ha sido muy bueno. Le pusimos mucho celo, realizando un doble chequeo de todas las escenas, que fueron visualizadas por bosnios una vez rodadas. Es verdad que el área era muy parecida a Herzegovina y que recibimos el apoyo de los forestales de la zona, muy capaces.

—En los rodajes se da el fenómeno de que se presentan muchísimos parados con la esperanza de obtener un puesto como figurantes. No puede ser una situación fácil de tratar.
—Los figurantes en contacto directo con los actores principales eran bosnios, pero los que aparecen en segunda y tercera línea, eran personas de la zona. Es verdad que se habló en medios locales de la cantidad de empleo que iba asociado a la película. Por mi parte, me alegra haber trabajado con personas encantadoras que lo hicieron muy bien. Pero soy consciente de que son trabajos solo temporales.

—«Un día perfecto» es una película bélica que no transcurre en el frente.
—La película es como un juego de muñecas rusas, como un drama dentro de una película bélica, y a su vez, dentro de una road movie, y a su vez dentro de una comedia… Están todos esos géneros presentes. Tiene mucho del género bélico porque habla de un conflicto. Pero lo que a mí me interesaba era contar la guerra silenciosa, no la guerra evidente y más obvia que hemos visto ya en cine con los frentes y los combates. Eso es más sencillo de entender en clave de odio y supervivencia. En este caso quería contar la guerra desde los márgenes y desde las lógicas perversas que aparecen en la película, desde el pretexto argumental: contaminar un pozo arrojando un cadáver en su interior, poner trampas en la carretera para desviar a los vehículos a la zona minada, la destrucción de una vivienda por los propios vecinos… Eso me interesa más que los combates y me permite hablar de los matices de la naturaleza humana. Por otra parte, es un asunto menos conocido. También quería hablar de la guerra desde el momento en que teóricamente ha terminado. Se firma la paz, pero como oí decir en zonas de conflicto, no termina la guerra. Son frases que te dice un chaval de 18 años. Hay una dinámica que no se para, el odio sigue, siguen las minas, siguen hoy día en Bosnia.

—¿La guerra permite que aflore lo peor del género humano?
—La película habla de la corrupción y el envilecimiento de todos los actores de una guerra, de cómo la lógica humana se pervierte. En esta situación, el gran enemigo invisible es la irracionalidad, todo el mundo actúa de modo equivocado, por burocracia, por miedo, por odio… Si algo encarnan los trabajadores humanitarios es el sentido común, son los únicos empeñados en organizar el caos. Quería contar la película así, explicando que la primera víctima en un conflicto armado es la razón y si algo significan esos trabajadores es la necesidad de devolver el sentido en una zona de caos.

—¿De verdad están mal pagados los cooperantes como se insinúa en una escena?
—Cómo no va a ser verdad, si no hay dinero para cooperación. En un trabajo que hice para echar una mano pude ver que el dinero está donde debe, en la ayuda y en los medios. La gente que se dedica a esto no lo hace para ganar mucho dinero. El más experimentado de los que están allí gana mucho menos de lo que podría ganar en otro oficio. Es verdad que tienen otras recompensas. Fue una línea que metí al final en el guión, es una broma pero también es importante porque se utiliza en un momento en el que un personaje intenta evitar que otro empatice demasiado con la población local. Realmente es un trabajo muy difícil de hacer.

—¿Se cuestiona en la película el papel de las organizaciones humanitarias?
—En realidad, la situación de guerra hace que nada funcione como es debido y todos los actores están, de algún modo, corrompidos. Cuando he ido por alguna zona de conflicto, al volver tenía la sensación de haber vivido en un laberinto. Nuestros trabajadores humanitarios son cobayas perdidas en ese laberinto, topándose con caminos cerrados, a veces por un control local, otras por Naciones Unidas y siempre con obstáculos. Quería contar la dificultad de ese trabajo. No quería hacer una película geográfica ni contar solo el lado bueno. Como en todos los trabajos, a veces se acierta y a veces se falla. Pero la idea es que solo el hecho de estar ahí ya tiene sentido, ya es heroico, si se puede decir así. Lo heroico no es salvar vidas, sino intentarlo, estar ahí, peleando al fondo de un pozo con un cadáver. La película pone el foco en la voluntad, la decisión, la vocación de unos tipos, más allá de que les salga bien o mal. Desde luego, no les hace falta que yo salga en su defensa, pero quería relatar su esfuerzo. Los trabajadores humanitarios son auténticos héroes.

Y así lo refleja esta gran película, que ha contado con un reparto de relumbrón capitaneado por Benicio del Toro y Tim Robbins y que exhibe un brillantísimo humor negro. Una inmersión en el quehacer de un grupo de cooperantes sobre las consecuencias de la guerra lejos del frente. Donde el ingenio se agudiza para crear daño y acecha el peligro del enloquecimiento absoluto. Con un ritmo muy atractivo, momentos de tensión y expresado desde un punto de vista sumamente interesante.

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