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Votos y vetos

01 julio 2015 | Por

Votos y vetos

José Ignacio González Faus | A veces parece como si las leyes de educación tuvieran efectos retroactivos y comiencen por afectar a sus mismos progenitores: no es que nuestros chicos no sepan que, además de la anáfora, existe la catáfora, sino que nuestros gobernantes tampoco saben que además de los votos existen los vetos.

En las elecciones se expresan los votos explícitamente, pero también pueden expresarse los vetos de manera concomitante. El ciudadano, además de decir “voto a éste” (que en ocasiones le resulta una elección indiferente o dudosa), busca decir también: “excluyo a aquél”. Y a veces hay grandes mayorías en esos rechazos implícitos.

De ahí la aberración antidemocrática que puede suponer legislar que gobierne simplemente la lista más votada: porque si en una comunidad está gobernando la lista que ha sido más vetada, entonces la cosa pública será ingobernable: las protestas se eternizarán, y habrá que recurrir a “leyes mordaza” para defender una democracia casi inexistente, de las amenazas de otra democracia posible.

En otros países, que según el sr. Rajoy están por debajo de nosotros (por aquello tan oído de que nosotros estamos siendo un ejemplo para Europa), ya se conoce ese peligro desde hace tiempo. Por eso, existe el recurso a las segundas vueltas, cuando ningún partido o coalición haya obtenido la mayoría. La experiencia ha mostrado que, en ocasiones, en esa segunda vuelta no sale la lista más votada (o la minoría más grande), sino otra que había quedado por detrás, pero que no experimentaba tanto rechazo como la primera.

Esto es el ABC de la política. Desconocerlo, o fingir no conocerlo, es dar muestras de analfabetismo político. A menos que lo sepan muy bien pero, en realidad, pretendan otra cosa: regresar a aquella pseudodemocracia que la dictadura franquista calificó de “orgánica”; sólo que ahora (quizá para evitar chistes de mal gusto con eso de los órganos), preferirán llamarla democracia anorgánica.

Luego, naturalmente, se quejarán los injustamente derrotados. Pero es porque no saben lo que dijo el sr. ministro de Hacienda: que “la vida es dura”. Y ante eso, la única solución parece ser endurecérsela aún más a los que lo tienen peor, para que no resulte tan dura a los que lo tienen mejor. Porque éstos, como cantaba antaño Adolfo Marsillach, “siempre tienen razón: porque tienen la sartén por el mango y el mango también”

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