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Andrés de Francisco: «Los gobiernos neoliberales lo han fiado todo al crédito barato y al consumo descontrolado»

28 mayo 2015 | Por

Andrés de Francisco: «Los gobiernos neoliberales lo han fiado todo al crédito barato y al consumo descontrolado»

José Luis Palacios | Andrés de Francisco, profesor de Políticas y Sociología de la Universidad Complutense ha dejado por un momento su faceta de ensayista, para traducir el segundo libro de Guy Standing sobre el «precariado», con quien mantiene alguna que otra discrepancia. Nadie mejor que su traductor para criticar constructivamente un libro, sin duda, necesario.

–Independientemente de que el «precariado» sea o no una clase en sí (Standing así lo cree aunque matiza que todavía está en formación, no es una clase para sí, no es homogénea) el número de personas atrapadas por la inseguridad, la pobreza, la desigualdad y la falta de reconocimiento y de derechos crece en todo el mundo… No parece que engrosar sus filas sea una amenaza para nadie… ¿o sí?

–Es una amenaza para ellos y ellas, en primer lugar. Porque detrás de la precariedad hay muchas amenazas: la amenaza (o trampa) de la pobreza, las amenazas de la explotación, la alienación, la estigmatización, la pérdida de autoestima. Está también la amenaza derivada de la exclusión.

Pero preguntabas por las otras clases. El precariado objetivamente «amenaza» al salariado, porque presiona a la baja los niveles salariales del mundo del trabajo y posibilita indirectamente el empeoramiento de las condiciones del trabajo. La relación laboral cambia a medida que se sustituye trabajo sólido por trabajo precario. Y cambia a peor, en la dirección del precariado.
Finalmente, el precariado –o su parte menos ilustrada y alienada– representa una amenaza potencial porque puede constituirse en la base social de partidos y movimientos neofascistas. Es una clase heterogénea que puede salir por varios sitios y respirar de modos muy distintos.

–El precariado está en guerra, incluso consigo misma; es una clase peligrosa tanto para la derecha neoliberal como la socialdemocracia laborista… dice Guy Standig. ¿Cómo puede ganar influencia para poner en el centro del debate político sus necesidades?

–Es curioso. Cuando presentamos el libro en Madrid con Guy Standing, éste venía con ilusiones respecto de PODEMOS. Pero pronto se desvanecieron. Pronto se dio cuenta de que PODEMOS había cambiado ya de discurso, que ya no defendía la renta básica de ciudadanía y que ni siquiera hablaba de clases sociales. Según Guy Standing, la defensa real del precariado implica un cambio ideológico profundo en la izquierda, un cambio que supere la herencia laborista, un partido y una cultura política poslaborista. Y eso, ahora mismo, no existe. PODEMOS sale ahora con que son socialdemócratas (aunque no han hecho la reflexión sobre el posible fin del laborismo, que es la base de la socialdemocracia); IU defiende el Trabajo Garantizado. Yo personalmente, tengo muchas dudas sobre las posibilidades de evolución poslaborista en un contexto de capitalismo globalizado desregulado.

–Este segundo libro sobre el «precariado», propone toda una agenda política y social con 29 artículos: la redefinición del trabajo, la renta básica, pero también habla de la reconstrucción de las «comunidades ocupacionales», pensando más en los gremios que en los sindicatos…

–Bueno, la idea de la recuperación de los comunes («commons») es una idea central de la filosofía subyacente al conjunto de propuestas de este segundo libro, que es el que yo traduje. Guy piensa –y creo que tiene razón– que el Estado, hoy por hoy, ataca más que ayuda al precariado. Y a la vez, piensa –y aquí creo que tiene menos razón– que los sindicatos no se han preocupado por el precariado. Por eso insiste en que hay que recuperar las tradiciones y formas de autoorganización comunales; también en el mundo del trabajo. No creo que sea una mala idea, aunque habría que concretarla en cada caso.

–La clase «asalariada» y el «precariado» viven enfrentadas. ¿Por qué?, ¿qué es el «pacto fáustico» sobre el trabajo?, ¿qué tiene de malo el llamado «laborismo»?

–Tienen intereses contrapuestos. El salariado aspira, ante todo, a salvar su posición; una posición, hoy por hoy, de privilegio ante la amenaza de caer en el precariado. El precariado tiene bastante con sobrevivir y remontar la depresión vital en la que cae. ¿El pacto fáustico?… Veamos.

Como todo pacto fáustico, es una salida falsa e ilusoria que luego se paga muy caro. El precio en este caso fueron las brutales políticas de austeridad como respuesta a la crisis del 2008. Mefistófeles sabe esperar. La globalización –con todo su carrusel de flexibilizaciones, desregulaciones, privatizaciones y remercantilización de la vida social– desató una nueva era de la codicia, «financiarizó» la economía como nunca antes en la historia, y disparó las desigualdades. En vez de comprometer a la riqueza y al capital en un esfuerzo de redistribución equitativa, los gobiernos neoliberales lo fiaron todo al crédito barato y al consumo descontrolado. Fueron años «felices», como los felices años veinte que precedieron al gran crack del 29. La historia se repite. La codicia es el gran aliado de Mefistófeles, y los pactos fáusticos suelen acabar con grandes sufrimientos, sobre todo de los más pobres y vulnerables. Nuestra sociedad, en muy buena medida, perdió el alma. Y sigue sin ella.

El laborismo no tiene nada de malo en sí mismo. Guy piensa, sencillamente, que ya no es realizable, dadas las condiciones de globalización grancapitalista. Que, por lo tanto, es una mala estrategia para sacar a la sociedad del pozo del precariado.

–La política social, marcada por el «utilitarismo» y una manera conservadora e interesada de entender la religión han moralizado la política social, según Standing… ¿a qué se está refiriendo exactamente?

–Es una moralización interesada e hipócrita, con distintas varas de medir, que exige «honradez» y «pureza» a los que un capitalismo sin rostro humano (y harto inmoral) más machaca. Es una falsa moralidad que sirve de tapadera a las políticas contrarreformistas que recortan gastos sociales a los más necesitados. A eso, piensa Guy Standing con razón, ha contribuido el giro religioso de la política social en Inglaterra con su concepto de caridad. No solo sustituye la caridad a la compasión –base de las políticas socialdemócratas asistenciales– sino que es una caridad que esconde el pecado y al pecador. El pecador es el desempleado y su pecado es no encontrar trabajo. De alguna manera son ellos los culpables. No el sistema, ni la fiscalidad regresiva, ni la quiebra de la justicia distributiva. No, los pecadores son los propios desempleados. Y el giro católico consiste en darles caridad. Una caridad, todo hay que decirlo, que no brilla por su generosidad. Y encima, faltaría más, han de estar agradecidos.

Todo eso se refuerza con una burda filosofía utilitarista que sobrepondera unos supuestos intereses generales –como utilidad agregada– en detrimento de lo que los gobernantes consideran intereses minoritarios. Pero no son intereses tan minoritarios –el precariado crece y crece– y además, los grupos de vulnerabilidad, sean minoritarios o no, tienen derechos. El utilitarismo es una filosofía que desprecia los derechos y justifica su subordinación a absurdos sumatorios de utilidad individual. Lo que está en juego son los derechos de los ciudadanos.

–En ese sentido, las aportaciones del papa Francisco, quién habla de una economía que mata y descarta a las personas y que los pobres deben ser protagonistas de su propia liberación no dejan lugar a dudas respecto a los deberes de justicia para con los más desafortunados… ¿Está de acuerdo?

–Sí. Ya era hora de que la Iglesia, por boca de su máxima autoridad, denunciara la injusticia e inhumanidad del capitalismo y llamara al inconformismo de los explotados y excluidos.

–Sin potenciar la «empatía social», dice Standing, no hay posibilidades de mejoras sociales. ¿No cree que el ideal cristiano que nos iguala a todos en derechos al hacernos hermanos y que promulga que «cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre» puede ser básico para fomentar esa simpatía por los que peor lo pasan?

–Nuestras sociedades están muy rotas y los circuitos de empatía y compasión se están quebrando de forma alarmante. El egoísmo individualista competitivo ha colonizado la sociedad y ha expulsado las motivaciones altruistas a un ámbito privado –familiar– cada vez más desestructurado y exiguo. Y al mismo tiempo, el Estado se inhibe como potencial agente de reequilibración social con capacidad de forzar la cooperación y la solidaridad. Lo que queda es una especie de jungla sometida a la lógica darwiniana de la supervivencia. Una distopía situada en la otra punta de los ideales ilustrados de razón pública y justicia social.

Un cristianismo bien entendido, como religión del amor y la esperanza, más que del miedo y el pecado, podría ayudar. Pero hay algo muy profundo en el cristianismo que resuelve todo eso en la resignación. Sin embargo, la injusticia del mundo real pide indignación y lucha, no resignación. No sé si eso es compatible con la autonegación que la caída (en el pecado) exige al pecador. Maquiavelo era muy claro: la vida activa y el combate del mal reclaman un grado de soberbia que el cristianismo niega. Y al hacer de la humilde resignación el nuevo ideal de vida, el cristianismo (decía el florentino universal) ha «hecho débiles» a los hombres contribuyendo a que los malos ganen terreno y se apoderen del mundo.

–Se han propuesto cinco principios de «justicia social» que giran en torno a la seguridad, la libertad, los derechos, el trabajo digno y la sostenibilidad, que tienen poco que ver con los derechos de ciudadanía ligados a una ocupación remunerada…

–La integración, la cohesión, la justicia, la fraternidad y la equidad son avances para la sociedad en su conjunto.

 

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