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Dignidad y esperanza en el mundo del trabajo

03 noviembre 2014 | Por

Dignidad y esperanza en el mundo del trabajo

Del 14 al 16 de noviembre se celebrarán las Jornadas de Pastoral Obrera, convocadas por el Departamento de Pastoral Obrera de la Conferencia Episcopal Española. No son unas jornadas más como las que se vienen celebrando anualmente; las de este año tienen un carácter especial.

En primer lugar, porque se cumplen ahora veinte años desde que la plenaria de la Conferencia Episcopal Española aprobara el documento «La Pastoral Obrera de toda la Iglesia», que reconocía y alentaba para el futuro una labor que venía de muchas décadas atrás de entrega y servicio desde el Evangelio al mundo obrero y del trabajo. Con ese motivo, después del camino recorrido, quienes estamos comprometidos en la evangelización del mundo obrero queremos renovar, con fuerza y entusiasmo, ese compromiso de servicio a los trabajadores y trabajadoras.

Pero, en segundo lugar, y sobre todo, porque estamos en una nueva situación social y política que pide a gritos dignidad y esperanza en el mundo del trabajo, como dice el lema de estas Jornadas. Queremos crecer en que la vida de cada uno de nosotros, de cada movimiento y comunidad eclesial que compartimos la situación de las familias trabajadoras, sea más y mejor una vida comprometida con la sagrada dignidad de las personas en el mundo del trabajo y un testimonio de esperanza en un mundo del trabajo que sufre una grave situación de injusticia, empobrecimiento, vulnerabilidad y, en no pocas ocasiones, exclusión social. El Evangelio de Jesús reclama dignidad y esperanza para el mundo obrero y del trabajo, muy en particular para los más empobrecidos y vulnerables en su seno.

Estas Jornadas son una oportunidad para crecer en hacer verdad en nuestra Iglesia, con nuestra vida, testimonio y compromiso, dos cosas que subrayó «La Pastoral Obrera de toda la Iglesia»: que «la evangelización del mundo obrero, objetivo central de la Pastoral Obrera, es preocupación, responsabilidad y tarea de toda la Iglesia»; y que la Iglesia «ha de mostrarse hondamente sensible al mundo del trabajo y prestarle una atención y dedicación especial». Esto es fundamental para responder al llamamiento del papa Francisco: «Quiero una Iglesia pobre y para los pobres» (EG, 198).

Es fundamental porque en lo que ocurre en la forma en que es tratado el trabajo humano, en la situación que vive el mundo obrero y del trabajo, están en juego dos cosas esenciales para el ser y el vivir de las personas y de la sociedad y, por tanto, para la Iglesia y su misión. Está en juego la causa de la dignidad de la persona, el que la persona sea tratada como sujeto y no como objeto o instrumento, que pueda realizar su humanidad, en lo personal y en lo social. Y está en juego la causa de la justicia debida a los pobres, porque los pobres son en muchos casos (y esto es más que evidente en nuestra sociedad) resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, de la dignidad de la persona trabajadora. El resultado del maltrato y del obstáculo para la vida de las personas que supone que una capacidad humana, el trabajo, sea tratada como si fuera una cosa, una mercancía, una variable más de la economía; y, además, que se haga depender la vida de las personas del precio en el mercado de ese trabajo convertido en mercancía, porque eso es convertir a la misma persona en una mercancía sometida a la economía. Por eso, decía el Papa Juan Pablo II, la Iglesia debe estar vivamente comprometida con la causa de la afirmación práctica de la primacía de la dignidad de la persona en el trabajo, pues esa causa «la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la Iglesia de los pobres» («Laborem exercens», 8).

Publicado en el nº 1565 de NNOO, mes de noviembre de 2014
 
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