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Gerd-Rainer Horn, historiador: «La HOAC comprendió cómo cooperar con los movimientos sociales seculares»

30 mayo 2013 | Por

Gerd-Rainer Horn, historiador: «La HOAC comprendió cómo cooperar con los movimientos sociales seculares»

Juan Carlos Pérez-Basilisa López | Gerd-Rainer Horn ha sido profesor de Historia Moderna en la Universidad de Warwick, en Coventry, en Inglaterra, y desde enero de 2013 imparte clases de Historia del siglo XX en el Instituto de Estudios Políticos de París. Su trabajo de investigación se ha centrado principalmente en los movimientos sociales de la Europa occidental desde los años 1920 a los años 1980. Entre sus obras destaca «Left Catholicism: Catholics and Society in Western Europe at the Point of Liberation, 1943-1955» o «The Spirit of Vatican II: Western European Left Catholicism in the Long Sixties, 1959-1980».

Su labor investigadora le trajo un día al archivo de la HOAC y parecía interesante conocer su versión sobre el papel de los católicos obreros en la historia de nuestro país y sus relaciones con movimientos hermanos de Europa. Acordamos dirigirle unas preguntas a través del correo electrónico en francés. Tras la traducción –con la consiguiente e inevitable traición a sus palabras originales– y lidiar con términos cargados de connotaciones históricas como «radicalización», «católicos de izquierdas» o «progresistas», ofrecemos sus respuestas convencidos de que puede ayudar a conocer mejor nuestro propio pasado.

–¿Qué condiciones se dieron para que surgiera la corriente que comúnmente se llamo «progresista» dentro del catolicismo europeo?

–La primera ola de los años cuarenta fue, sobre todo, producto de las turbulencias políticas y sociales del periodo de entre guerras, el ascenso del fascismo y el desarrollo de la resistencia antifascista. La segunda ola, entre los años 1960 y 1970 fue la consecuencia del Vaticano II, reforzada por las energías renovadoras de 1968.

–¿Cual fue su papel en la gestación del Concilio Vaticano II?, ¿hubiera sido otro el propio concilio sin la aparición de este fenómeno?

–Durante los años 50, el catolicismo de izquierda estaba a la defensiva, pero había sobrevivido como corriente subterránea, aunque bastante debilitado en comparación con los años de auge como 1944 ó 1945. Así pues, cuando el Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II, había todavía un núcleo duro de teólogos «progresistas» y de una «nueva teología» bastante elaborada. Así se hizo posible, para los obispos participantes en el Vaticano II, contactar con esos teólogos en exilio voluntario o forzado y pedirles que fueran consejeros en el mismo. Y, entonces, esta generación de teólogos pertenecientes a la primera ola tuvo un papel extremadamente importante entre bastidores. Estoy convencido de que, sin la aportación de estas personalidades clave, el resultado del Vaticano II hubiera sido bastante diferente.

–¿Qué le ha conducido al archivo de la HOAC?

–De hecho, ha sido el desempeño del papel central de la HOAC en el mundo obrero español durante los años 50 y 60 como expresión de un espíritu antifranquista y liberador. Concretamente, han sido los libros de Basilisa López García los que me han guiado hasta aquí.

–¿Cómo valora esos archivos? ¿Cuál podría ser su mayor utilidad? ¿Hay algo en ellos que le haya llamado la atención?

–Yo los considero como un recurso irremplazable para mis investigaciones sobre la dimensión española. Apenas he tocado la superficie de la riqueza de estos materiales. Pero he visto lo bastante para saber que, si se quiere estudiar la historia del movimiento obrero español durante el periodo de 1950 a 1968, no puede faltar el archivo de la HOAC. Los documentos son tan variados y numerosos que se puede sacar provecho de ellos tanto si se escribe un estudio de historia política como si se hace un estudio de historia social. Sin un conocimiento de las riquezas de los archivos de la HOAC, no se puede escribir una historia equilibrada de los movimientos sociales españoles de la década de los años 1950 ó 1960.

–Ahora que conoce la HOAC y dado que es experto en el catolicismo de izquierdas de Europa, parafraseando uno de sus libros más importantes, ¿encuentra puntos de unión, aspectos comunes entre estos católicos de España y Europa?

–¡Claro que sí! La «radicalización» del catolicismo después del Vaticano II fue un fenómeno transnacional con un gran número de paralelismos. A la vez se estaba produciendo el desarrollo de una Nueva Izquierda fuertemente influenciada por este nuevo catolicismo en todos los países tradicionalmente más apegados a esta fe, lo que coincidía con la «radicalización» de los movimientos estudiantiles católicos, el nacimiento de una ola de comunidades de base, el ascenso del movimiento de los curas «contestatarios», etc.

La única diferencia fue que esos desarrollos emergían a menudo mucho más fuertes y ciertamente antes en España que en la mayoría de los otros países europeos. De alguna forma, se puede decir que el catolicismo de «izquierdas» español jugó un papel como precursor y se convertía así en un ejemplo a seguir por los católicos que se fijaban en los acontecimientos de la península Ibérica. Por el contrario, en lo que concierne a la primera ola del catolicismo de «izquierdas» –los movimientos de la década de los años cuarenta y del principio de los años cincuenta–, por razones evidentes (el franquismo, etc.) el catolicismo de izquierdas español permanecía más bien embrionario, incluso en los años en que la HOAC empezaba a ser importante.

–¿Hubo influencias recíprocas entre los católicos más «aperturistas» de Europa y de España?

–¡Absolutamente! Mire, por ejemplo, la influencia de un teólogo como José María González-Ruiz. Él ha desempeñado un papel importante durante los debates del Vaticano II, y hacia el fin de los años sesenta y durante los años setenta se convirtió en el teólogo que estaba más próximo a los militantes de base del catolicismo de izquierdas europeo. Cuando visitaba Florencia, por ejemplo, no se quedaba nunca en las dependencias hosteleras de la jerarquía católica local, sino siempre en casa de sus amigos de la comunidad de «Isolotto», la más conocida de las comunidades de base en toda Europa. Y sus escritos eran traducidos a muchas de las lenguas europeas en esos años. Y ciertamente, el ejemplo de las luchas bastante duras de los curas «contestatarios» españoles, sobre todo en el País Vasco, ha influido mucho en sus colegas franceses, italianos, etc. Por el contrario, el desarrollo de un catolicismo de «izquierdas» bastante fuerte en los países democráticos de Europa Occidental, sobre todo a partir del año clave de 1968, ha dado un gran impulso a los católicos de izquierdas españoles.

–¿Ha encontrado alguna singularidad en la historia de la HOAC que le haga diferente del resto de movimientos obreros católicos y grupos de cristianos de izquierda de Europa?

–Sí. La HOAC no se encuadraría en el calendario del desarrollo del catolicismo «de izquierdas» europeo. Ya he mencionado muchas veces la existencia de dos «olas» del catolicismo de «izquierdas» europeo, la primera que coincidía con el desarrollo de una fuerte corriente de antifascismo durante los años treinta y que tendría su punto de partida entre 1944 y 1945, y la segunda ola a partir de 1965. La HOAC ha seguido su propia hoja de ruta. Los años cincuenta, que eran los años negros para este catolicismo en Europa, fueron los años de crecimiento de la HOAC. Una segunda singularidad: ¡hasta 1968, era la HOAC quien estaba a la vanguardia del catolicismo de izquierdas obrero europeo!

–¿Hay alguna aportación genuina de la HOAC a esta corriente católica europea que hemos convenido en llamar «de izquierdas»?

–Sí. Su inserción central en los movimientos antifranquistas españoles a partir de 1956 –y desde luego a partir de 1962– y su papel ejemplar como movimiento obrero católico «radicalizado», daba un ejemplo a seguir por los contestatarios católicos del otro lado de los Pirineos, sobre todo en Francia y en Italia. La HOAC comprendió como actuar como movimiento social católico en cooperación estrecha con los movimientos sociales seculares en un momento donde los católicos «de izquierdas» de los otros países no habían madurado lo bastante como para llegar a ser verdaderos movimientos sociales. Y, por ello, para los militantes católicos de fuera de la península Ibérica, España era un crisol muy importante a observar desde el exterior. Y había también un cierto «turismo contestatario»; es decir, viajes de militantes de los otros países a España para estudiar el ejemplo de la HOAC y de los movimientos estrechamente asociados con ella.

–¿Considera que merece la pena profundizar en el pasado de los Movimientos Apostólicos Obreros de Acción Católica y su relación con el resto de realidades similares en la Europa postconciliar?

–Estoy convencido de que es totalmente imposible comprender la contribución de los movimientos obreros en los «años 60» en Europa occidental sin incluir el papel ejemplar de los movimientos apostólicos obreros de la Acción Católica. He dado ya muchas indicaciones en lo que concierne al papel clave de la HOAC en España. Pero por dar solamente otros dos ejemplos más, el homólogo belga en la parte flamenca de Bélgica, el «Katholieke Werklieden Bond», estaba también estrechamente asociado a los círculos contestatarios del 68 en los ambientes obreros de Flandes. ¡El ejemplo más espectacular de la «radicalización» de un movimiento obrero estrechamente vinculado a la Acción Católica ha sido el caso de la ACLI italiana! A partir de mediados de los años sesenta, la ACLI adoptó lo que ellos llamaron la «opción socialista», es decir, que esta organización enormemente importante –con un millón de militantes– abrazó abiertamente el socialismo autogestionario como utopía concreta. Así pues, las organizaciones de la Acción Católica, y desde luego las ramas obreras, han contribuido en gran manera a este florecimiento de un catolicismo «libertario» y orientado hacia un porvenir igualitario, que era uno de los signos de los tiempos de los años postconciliares.

Publicado en Noticias Obreras nº 1548, junio 2013.

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