El Espíritu es aura suave y vendaval movilizador,
llama de amor viva y fuego debelador de injusticias,
lluvia de dones y llamada apremiante a la fidelidad,
palabra consoladora o cortante cual espada afilada.
Es el Espíritu de Jesús, que vino a traer fuego a la tierra (Lc 12,49),
fuego de amor que abrasaba su corazón
y ahora arde en nosotros, sus seguidores,
en ascuas de amor y compromiso por la justicia.