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Pensiones: ¿individualismo o comunión?

01 marzo 2011 | Por

Pensiones: ¿individualismo o comunión?

Los grandes analistas de las contradicciones sociales nunca la han planteado como tal, posiblemente por su raíz cristiana, pero la mayor contradicción que se da en el mundo es la que existe entre individualismo y comunión. Toda la creación es un maravilloso prodigio de comunión, de tal manera que nada hay que sea autosuficiente ni independiente, sino que todo lo que existe lo hace en función de todo y gracias a todo, lo que implica que nada existe sólo para sí, sino que sólo puede existir contribuyendo al existir común de todo. Al sistema económico le pasa justamente lo contrario: necesita eliminar a otros y concentrar poder para existir.

Esta contradicción está en la base del problema de las reformas laborales y de la reforma de las pensiones, pues lo que nos jugamos es si tenemos la obligación moral de entre todos protegernos a todos (comunión), o si cada uno debe solucionar su problema (individualismo). Estamos, pues, ante un problema moral de honda envergadura.

El neoliberalismo, alma del capitalismo, se fundamenta en el individualismo descarnado, por eso es enemigo de todo lo que pueda sonar a «público» y está concentrando todos sus mecanismos de presión (que se lo pregunten a Zapatero) para hacer realidad que «lo público» es malo y hay que privatizarlo todo. Lo privado, como interés, no entiende de comunión, se preocupa del interés individual, pero no sabe nada del «nosotros». Por ello, la tendencia a la privatización va inexorablemente unida a la tendencia a la individualización. Privatizar exige fomentar el individualismo.

La eliminación progresiva de lo público unida al creciente individualismo hacen totalmente innecesarios a los sindicatos y partidos políticos defensores de esta cultura. Por ello, uno de los temas que han quedado pendientes es el de la negociación colectiva. La negociación colectiva, o cómo quitar a los sindicatos el poder que les va quedando, es el próximo caballo de batalla de esta reforma laboral permanente en la que llevamos instalados más de treinta años.

Los sindicatos van a ser la próxima víctima de este proceso reformador, pero ellos no lo saben. Creen que mientras cuenten con ellos para negociar siguen existiendo, pero en este proceso continuo de negociación, la defensa del «nosotros» se va resquebrajando y rompiendo por la parte más débil, por los más pobres y, en la medida que esto ocurre, los sindicatos pierden legitimidad y razón de ser.

En este contexto debemos situar la reforma de las pensiones. El problema de la reforma es que penaliza más a los que menos tienen, a los que más ayuda necesitan. Los más perjudicados van a ser los que tienen la vida laboral más precaria y nunca alcanzarán los 38 años y 6 meses de cotización necesarios. Lo previsible es que haya un aumento importante de trabajadores y trabajadoras que no conseguirán reunir los años de cotización necesarios para tener derecho a una pensión contributiva. Los cálculos efectuados afirman que para el año 2040 el gasto en pensiones se habrá reducido entre un 3 y un 4% del PIB, una barbaridad de miles de millones que los pensionistas dejarán de percibir.

Para buena parte de la clase trabajadora, que ya miraba con recelo a los sindicatos, ésta va a ser la gota que propicie la ruptura con ellos, lo que aumentará la debilidad sindical. Pero, paradójicamente, ahora es cuando más necesitamos reconstruir «el nosotros», la solidaridad que es la fuerza de los pobres. Los sindicatos, no sólo los mayoritarios, son necesarios, son imprescindibles. Cada trabajador y trabajadora verá a cuál de ellos le da su apoyo y su confianza, pero lo que ninguno debemos hacer es asumir la cultura de lo privado, porque eso supone perderlo todo.

Publicado en la revista Noticias Obreras nº 1.521 (marzo 2011)

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