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Amoralidad y democracia

04 diciembre 2010 | Por

Amoralidad y democracia

Primero han sido «los mercados» los que han dictado las medidas de política económica que los gobiernos debían adoptar. No es que los mercados sepan más que los gobiernos, es que no están condicionados por ningún prejuicio ético ni moral, ni pendientes de ningún resultado electoral. Que todo esto desorienta e impide tomar las decisiones adecuadas.

Los mercados no tienen estos prejuicios, ellos sólo quieren ganar dinero, cuanto más mejor y en el menor tiempo posible. Y esto no desorienta, puesto que están convencidos de que como seres humanos hemos sido dotados de una naturaleza que se realiza en la acumulación de dinero, cuanto más lo buscamos y más lo obtenemos, más nos realizamos.

Como el resultado obtenido ha sido fantástico –han convertido la deuda privada, la suya, en deuda pública, en deuda nuestra– ahora lo están intentando con las pensiones. Más que las medidas que proponen, que son fáciles de adivinar, nos interesa poner de manifiesto uno de los argumentos que las fundamentan: el Pacto de Toledo, dicen, es «la mayor estafa para el contribuyente español por dejar en manos de los políticos la reforma de las pensiones».

Los economistas tratan de hacer ahora lo que antes han hecho «los mercados»: dictar las medidas que el gobierno debe adoptar o sustraer de su ámbito de decisión el contenido de las mismas.

Estamos entrando en un terreno muy peligroso: despojar al poder político de la capacidad de decidir lo que es mejor para el bien común, basándose en una pretendida superioridad de la ciencia económica sobre la política; superioridad que se basa en que la ciencia es amoral y la política no lo es. Nosotros afirmamos, con toda la Iglesia, que ninguna puede serlo. Pongamos un ejemplo:

En el nº 25 de la encíclica «Caritas in Veritate» podemos leer: «Cuando la incertidumbre sobre las condiciones de trabajo a causa de la movilidad y la desregulación se hace endémica, surgen formas de inestabilidad psicológica, de dificultad para crear caminos propios coherentes en la vida, incluido el del matrimonio… el estar sin trabajo o la dependencia prolongada… mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual». Cuando se dice que la ciencia económica es amoral, lo que se está diciendo es que no toma en consideración nada de esto que le ocurre al trabajador, sólo le interesa constatar que trabajando de esta manera obtiene más beneficios. Pero no solamente ignora todo lo que le ocurre al trabajador a causa de esa forma de trabajo, sino que en sus cálculos ignora todo el gasto que origina el atender las patologías que sus decisiones desencadenan. Incluida la patología más grave de todas, la pobreza. Sus beneficios no son reales, son fruto de una trampa.

La preocupación de la política es todo lo contrario. La política se ocupa del interés general, del bien común, que tiene dos dimensiones el bienestar de todo y de todos. Es verdad que este bienestar está lejos de conseguirse. Pero una cosa es constatar su insuficiencia y otra muy distinta negar que deba buscarse.

La Iglesia debemos estar muy preocupada con esta deriva y recordar con insistencia los principios de nuestra doctrina social. En estos momentos es necesario aclarar y difundir que nada de lo que tiene que ver con el hombre, varón y mujer, puede ser amoral. Tanto la economía como la política son actividades del hombre y para el hombre, y si hemos llegado a la conclusión de que la amoralidad constituye un nivel superior de conocimiento, una de dos: o estamos locos, o somos unos sinvergüenzas.

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